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Este verano carente de un descanso normalizado, la casualidad me ha permitido el encuentro con dos amigos de mis primeros años de estudiante. Ambos visitaban Santander, que por cierto ha estado muy animada, y se pusieron en contacto conmigo, gran y agradable ... sorpresa. La evocación de los recuerdos de aquellos que vivimos en la adolescencia parece que te rejuvenecen al acercarte a aquellos momentos, y te alegra de forma muy especial.
Obviamente, comentamos de todo, y mucho, porque fue un encuentro deseado y muy dilatado en el tiempo. De forma especial, nos referimos al problema de convivencia social que nos ha planteado el covid, hicimos un repaso desde sus inicios, analizamos su presencia, que supuso una enorme sorpresa para todos. Sorpresa y, en consecuencia, la carencia o retraso en la respuesta, en las diferentes estrategias de las distintas administraciones, en los acuerdos y desacuerdos, en los criterios en ocasiones encontrados, en las críticas de los unos y los otros, en el desgaste sanitario y su saturación, en la responsabilidad ciudadana, y lo que siempre es peor, en la parte penosa y triste de la presencia de la muerte entre nosotros, especialmente alrededor de las residencias de tercera edad.
La contemplación de todo lo expuesto y lo no expuesto, nos dejó cierto estado de inquietud, además de desanimados y especialmente preocupados, porque de entre todo sobresalía un cacareo chirriante y continuo: las fricciones permanentes fruto de tantos y tantos desencuentros, los desacuerdos con ecos resonantes cada día más espesos, barrocos, estridentes y esterilizadores, en un tema que es responsabilidad de todos, y que, en consecuencia, tienen la obligación moral y legal de entenderse y complementarse desde un diálogo permanente y fluido.
Porque si se puede conseguir una respuesta por consenso en una lucha desigual además de letal, lo ha de ser desde la suma, desde el principio de lealtad y coordinación, desde la aplicación de aquellas normas que indiquen los que saben, que son los expertos o técnicos, con una aplicación desde la solidaridad, desde el rigor y con toda la fuerza que da la ley. Las recomendaciones en su lugar como auxiliadoras, y las normas estrictas, siempre exigibles, contando con el contrapeso de sanciones de diverso calibre.
No es admisible el observar día tras día noticias de encuentros masivos, de jóvenes y mayores, de familias hasta la cuarta generación, de colectivos diversos, de amigos o de personas afines, en ocasiones en lugares singulares como en barcos, en extramuros, en centros de ocio en horarios extraños, o sencillamente en domicilios particulares, cuando la norma lo prohíbe. Además de una irresponsabilidad social del que lo ejecuta, seres incívicos e insolidarios, carentes de escrúpulos, es una dejación del comportamiento exigente de la autoridad de una función esencial en este momento, porque se trata de individuos que están cometiendo una falta, y el correctivo ante la gravedad de la misma es pertinente.
Como contrapunto, uno trajo al presente la situación de un pueblo de Castilla con menos de mil habitantes, y que hasta el momento presente carece de incidencia alguna. Sus habitantes son gente sencilla, humilde y trabajadora, que se dedica a labores de agricultura y ganadería, todos, y todos los días. Siguen en lo suyo, su trabajo, con dos obsesiones, la de conseguir la mejor cosecha, aspecto que discuten diariamente para mejorar labores y productos minerales enriquecedores de la tierra, y el respeto a las normas que la autoridad ha impuesto, especialmente mascarillas, distancia, e hidrogeles.
Están exentos del respeto a la norma de convivencia entre diferentes generaciones, porque conviven todos, pero todos coinciden, según el compañero, en exigirse a sí mismo y a los demás el cumplimiento de cuanto la autoridad demanda. Solamente apuntan que tuvieron un problema con un vendedor ambulante, algo anárquico y excesivamente suelto. Fue requerido por la autoridad y desde entonces es un ejemplo de comportamiento.
Ante esta fotografía, un pueblo completo sin que el virus le haya visitado, todos solidarios frente al enemigo común, sin que se observen fisuras cuando se trata del planteamiento más eficaz, que es el de la ejecución de lo ordenado por la autoridad competente, yo entiendo que nos debe hacer pensar que existe una respuesta eficaz, y que precisamente no es misteriosa ni requiere tanto esfuerzo, si pensamos que es temporal. Y es llegar a entender que somos nosotros los verdaderos contagiadores, al estar el virus en nosotros, de aquí que nos tengamos que proteger para no contagiar ni ser contagiados.
La situación es clara, contamos con algún ejemplo, hay quien lo ha conseguido, se dan situaciones que el virus no ha podido franquear, se ha sabido poner un muro impenetrable, la respuesta es la de tomarlo como ejemplo, imponer normas, así como la exigencia de su cumplimiento: distancia en la calle, autobuses, trenes de cercanía, metro, centros educativos, etc. Las exigencias son para cumplirlas todos.
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