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Que todos son de su condición. Si alguna vez resonó en mí cabeza como nunca antes este refrán que tantas veces escuché en boca de mi abuela, ha sido con ocasión de las últimas elecciones americanas. No doy pábulo a ningún infundio si señalo que ... los Republicanos han hecho denodados esfuerzos para suprimir el voto de supuestos simpatizantes Demócratas, desde bastante antes de que se celebraran las elecciones y aún más desesperados esfuerzos para que tales votos no se cuenten, una vez celebradas.
Pues bien, semanas antes del 3 de noviembre la campaña de Trump, con el twitteador en jefe en primera línea de fuego, denunciaron sin ningún fundamento que habría un fraude masivo, alentado por los Demócratas con la connivencia de los medios de comunicación, incluyendo la Fox que durante 4 años ha estado bailándole las aguas. Una vez cantada la derrota de Trump su campaña, con el pleiteador en jefe en primera línea de fuego, ha iniciado una ofensiva por tierra mar y aire para retrasar la proclamación del ganador lo que sea necesario, con el fin de forzar la intervención del Tribunal Supremo donde gozan de una mayoría de 6 a 3 de los 9 jueces. Es decir, con la intención de repetir la jugada del 2000, cuando el Supremo suspendió el conteo y los litigios asociados al mismo y proclamó vencedor a Bush II.
El problema es que desde hace muchos años el partido Republicano no consigue ganar en número de votos al Demócrata. La última vez que lo consiguieron fue en 2004 y, con anterioridad, en 1984. Hay que remontarse a 1956 para encontrar la anterior a esta penúltima. 3 veces en 68 años si es que ganan las siguientes, si no 72. Este precario panorama explica mejor que cualquier otro argumento la razón por la que los Republicanos han acudido a toda clase de subterfugios para conquistar la presidencia y, aún con mayor motivo, la mayoría en la cámara de Representantes, equivalente a nuestro Congreso. Pero no, los ladrones son los Demócratas. No es que los Demócratas sean unos angelitos caídos del cielo, hasta 1932, cuando Roosevelt ganó por goleada, los mayores tramposos fueron ellos con diferencia. Dado que ahora gozan de una mayoría natural en votos no tienen tanta necesidad de recurrir a alambicados subterfugios para alzarse con la victoria.
Como era de esperar la familia de Trump está utilizando técnicas mafiosas para amenazar a todo bicho viviente, dentro del partido Republicano, con que aquellos que no apoyen abiertamente los esfuerzos de su campaña para deslegitimar los resultados electorales habrán de atenerse a las consecuencias. La consecuencia, claro está, es perder el escaño que ahora tienen, dentro de dos años. Como el 70% de los que votaron a Trump están convencidos de que estas elecciones no han sido ni libres ni justas, incluso si ahora se proclama vencedor a Biden en unas futuras elecciones primarias votarían en contra de los tibios que no han dado la cara por su «Amado Líder». Esto ha hecho que todos los congresistas Republicanos que tendrán en juego su escaño en 2022, se hayan apresurado a mostrarle su adhesión inquebrantable.
El actual presidente del Senado, que no se juega su escaño hasta 2026 pero si el puesto de presidente, también se ha apresurado por temor a que los senadores trumpistas no lo reelijan; algo que entra dentro de lo posible porque como mucho van a sacar uno o dos senadores de ventaja a los Demócratas. Otros que también han sacado la cara por el presidente son claros aspirantes a presentarse a las elecciones presidenciales de 2024; para lo cual necesitan el apoyo del susodicho 70% de votantes, en las primarias que decantan el candidato a las presidenciales.
Como ha dicho el director del Centro de Historia Presidencial, <
Ni mencionen que con estos sucesos la legitimidad del sistema americano ha caído por los suelos. Parafraseando a Napoleón, «a un hombre como Trump le importa un carajo la legitimidad del sistema».
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