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En China, el número de personas en cuarentena -a causa del brote virulento de un coronavirus que ya ha provocado varias muertes- supera los 20 millones, y en Pekín incluso han suspendido las multitudinarias actividades programadas para celebrar el Año Nuevo chino. Pese a la ... urgencia, la importancia y la creciente cotidianidad que este tipo de situaciones están adquiriendo en todo el mundo, es sintomático que haya que descender con el dedo hasta el séptimo apartado de la palabra 'cuarentena' en el diccionario de la Real Academia para encontrar la acepción que, por triste y habitual, todos tenemos en la cabeza. Dice así: «Aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales.» De esta definición, a pesar de su frialdad aparente, me interesa casi todo: la soledad, la cautela, la temporalidad, la centralidad de la salud. Ni que hablase de nosotros.
Reconozcámoslo: todos, por una cosa o por otra, estamos en cuarentena. Es discreta y se infiltra, pero solo hay que fijarse un poco para encontrarla. Está en las esquinas del amor en tiempos de Tinder, que a veces nos condena a querer con cuidado y sin que se note. También se asoma a menudo por los contratos temporales, que nos desestabilizan y nos dejan vulnerables ante la ansiedad, que también es un problema de salud y se está volviendo crónica. El caos de las ciudades gentrificadas y el deterioro de los pueblos vacíos también nos separa y nos obliga a elegir entre dos mundos insatisfactorios, que al final nunca son para siempre. El problema de estas medidas cautelares, que vienen de las afueras del mundo, es que acaban viviendo dentro. Y además, aunque el mal sea irreversible, podemos escoger el color del traje de protección. La buena noticia es que esta cuarentena nos aísla, sí, pero al menos no nos mata.
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