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El cuidado cobra especial importancia cuando se percibe la necesidad del otro, de cualquier ser humano, cercano o lejano, que sufre y precisa nuestra atención. Cuando vemos a otra persona en un estado de fragilidad y vulnerabilidad debemos atender con nuestros medios ese llamamiento, ocuparse ... del bienestar de otras personas estableciendo conexiones humanas de afecto que dejarán huella porque su origen es el corazón. Todos estamos conectados y, cuando alguien hace un bien por los demás, irradia ese valor humano que ve su reflejo en quienes lo perciben.
La persona necesitada precisa que le miren a los ojos, que le comprendan desde el silencio, que le alivien con la suave caricia que da la cercanía y con la sensibilidad del tacto sutil de la empatía. La empatía, cuya esencia es ponerse exactamente en el lugar de la otra persona entendiendo sus pensamientos, sus sentimientos, sus miedos y preocupaciones, valores y principios. Ese es el bálsamo mejor que tenemos para atender su situación.
Ese interés reflexivo que define el cuidado exige hospitalidad, cuya raíz etimológica significa afecto a los extraños y cuyo ejemplo más cristalino lo estamos viendo en hospitales, residencias o centros de personas dependientes, en los que se acoge a las personas con las manos de la bondad y el ejemplo.
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