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Más que amigos

Miércoles, 19 de julio 2023, 07:08

Corrían los años 90 y mis amigos y yo decidimos pasar unos días de verano en la casa de uno de ellos, situada en un pueblo pequeño y desértico. Tendríamos entre dieciséis y dieciocho años. Cayó la noche e intentamos hacer una barbacoa. No lográbamos ... que la leña ardiera –el fuego es esquivo cuando uno lo necesita– y nos acercamos a una gasolinera cercana con una garrafa a comprar gasolina. El plan era sencillo, se llena un vaso de cristal con el líquido inflamable, se arroja con rapidez al ínfimo fuego y en un rato costillas a la barbacoa con aroma a carburante, un olor éste que a todos nos atraía. Todos queríamos ser el dios del fuego que con su mano obrara el milagro ancestral. Pero no salió bien. La gasolina cumplía su cometido, levantaba una columna refulgente en la noche oscura, pero la leña se ennegrecía un poco y nada más. Probamos aumentando la dosis, y nada. Hubo que comprar más combustible, ante un gasolinero impasible, y acabamos echándolo directamente de la garrafa en un éxtasis llameante de fuego descontrolado por todas partes y muy cerca de todos nosotros. Por fin desistimos y optamos por dar un paseo por el bosque. La noche era cerrada y sorteamos tres armas de fuego cortas, de balines pero con apariencia real. Ya en el bosque oímos un ruido en la oscuridad, muy cerca de unas instalaciones del Ejército. Sin dudarlo disparamos nuestras armas a ciegas, recargamos y volvimos a disparar. Nada. Seguimos nuestro camino y llegamos al pueblo. Entramos en un pub y nos sentamos en una mesa a tomar unas cervezas, dejando nuestras armas sobre la mesa. Hoy recuerdo esto mientras miro a mis amigos. Siguen aquí a pesar de todo. Entonces eran como mi familia. Y lo siguen siendo.

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