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Yo tuve un amigo. Era un buen amigo. Murió hace más de veinte años. De él tengo unas fotografías que me entregó su madre poco después de su muerte. Ahora mismo las tengo entre mis manos. Él sonríe en casi todas las fotos. Eran buenos ... tiempos. Siempre estábamos juntos. Es curioso, durante nuestra vida uno cree poseer muchas cosas, pero cuando mueres, en poco tiempo, sólo queda de ti un montón de fotografías. Nadie tira o borra una fotografía antigua, de manera que de algún modo seguirás vivo en algún cajón o en alguna nube artificial o en alguna aplicación, congelado en todos esos momentos en que fuiste feliz, porque nadie se hace una foto cuando está triste, deprimido o llorando.
Cada cierto tiempo sueño con mi amigo. Estamos todos, sus colegas de siempre, reunidos en un bar o donde sea esperándolo, y él aparece de golpe. Nosotros le preguntamos por qué ha tardado tanto. Vamos, tío, ¿dónde estabas? Y él sólo se encoge de hombros. Y sonríe como en las fotos. Y nosotros le damos palmadas fuertes en la espalda y en la cabeza. Y por un momento siento que nunca se ha ido, sólo es que llegaba tarde. Supongo que lo sigo echando de menos. Mi amigo murió de una enfermedad absurda, como lo son todas. Era un tío joven y fuerte. Cuando desaparece alguien tan cercano y tan joven, eso no te hace ser mejor persona ni valorar más la vida ni bobadas de ésas. Sólo arrastras una herida punzante, que se aviva cada vez que todas esas imágenes de un chaval sonriente, disfrutando de la vida, acuden a tu cabeza. Yo siento cabreo, así que no creo que sea mejor persona. Han pasado mas de veinte años y él sigue presente. Era un buen tío.
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