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Ay lector! Ardua tarea es la que me impongo. Cómo tratar este tema sin caer en sus redes. Cómo definir demagogia y no parecer un demagogo. Un parlanchín, habitualmente «homo politicus», que pretende timar a un lector por el que no siente el menor ... aprecio intelectual, de tal forma que su esfuerzo es mínimo, pero que en el patio de recreo ibérico funciona.
La demagogia es, me atrevo a decir, el arte de engañar, pero también de dejarse engañar. Es la capacidad para prometer y no cumplir a sabiendas, es el empleo del halago, de decir lo que se quiere escuchar, de ejemplificar con lo evidente. De desviar la atención. Todo para lograr o mantener el poder.
Es la España de hoy un tiempo con memoria de pez. ¿Qué mejor caldo de cultivo? Peligroso, sin duda. Porque la demagogia tiene efectos secundarios. Palabra disfrazada, eufemismo para no llamar a las cosas y a las personas por su nombre: mentiroso, hipócrita, manipulador...
La demagogia tiene muchos aliados: la propaganda, el miedo, la esperanza, la ignorancia o la comodidad. A casi nadie le gusta que le digan las verdades, especialmente cuando las noticias no son buenas. Pero hacerse trampas al solitario no suele ser buena solución. Y la espada de Damocles tiende a romper el hilo.
Como su nombre indica -en esa lengua antigua que es el griego- el demagogo pretende pastorearnos. Y en eso el «borregus hispanicus» es de los que tropieza infinitas veces en la misma historia. Si Ud. no tiene camiseta de 'hooligan' partidista, descubrirá rápidamente al demagogo.
Demagogo es quien apela continuamente al diálogo cuando no está dispuesto a moverse ni un ápice de su posición. Las encuestas teledirigidas suelen triunfar. Si ahora a la mentira se la llama posverdad, la encuesta en ocasiones es la «preverdad». Las obviedades siempre funcionan, aunque no vengan a cuento, mezclando churras con merinas.
Es la demagogia una epidemia sin vacuna. Las redes sociales nos han convertido en seres que tan sólo reaccionamos, que nos revolvemos como el perro atacado, en lugar de pensar y proponer. La carta a los reyes magos de cualquier chavaluco es bastante más realista que el programa electoral del partido de turno. Seguramente me pedirán la receta contra el asuntillo. La cultura no viene mal, aunque también decimos que tenemos la generación más preparada de nuestra historia. Tal vez la más titulada, que no es lo mismo. Normalmente el sentido común, forjarse una opinión propia, alejarse de los radicalismos y desear para los demás lo mismo que para uno mismo, suele funcionar.
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