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En España, algunos han convertido la crisis sanitaria provocada por el covid 19 en un concurso de gesticulación, frases gruesas, patrioterismo de baratillo, capas de bandera, grandilocuencia sin contenidos, revanchismo y algún insulto que otro. Algunos, que se consideran los defensores de las valores ... patrios, se entrenan sobre quien posa mejor, quien lanza el grito más destemplado o quien exhibe mejor su soberbia de cuna o adquirida. Importa más la descalificación agresiva y bastante menos defender lo colectivo y buscar con interés y empeño la unidad para resolver problemas. Hay quienes buscan más regresar al pasado que avanzar hacia un futuro mejor.
Escribía Antonio Caño hace unos días que somos un país que ha sido capaz de crear mascarillas de derechas y mascarillas de izquierdas. ¿Es más patriota quien lleva la mascarilla con la bandera de España y correa del perro rojigualda que quien lleva mascarilla blanca y no tiene perrito que le ladre? ¿Quién ha repartido las cartillas o los carnets de patriota? Pese a tanto fuego cruzado y sobreactuación, tiendo a pensar que la mayoría de los ciudadanos han sabido y saben comportarse y convivir cívicamente con sus vecinos sin preguntarles por su posición política, como tampoco les preguntan por su cuenta corriente. En esta etapa de gestión de la pandemia, en medio de un clima de excesiva confrontación política incentivada por la oposición al Gobierno, aun hemos podido ver la positiva actitud de la mayoría de los profesionales de la sanidad, el compromiso de colectivos necesarios para mantener los servicios mínimos de una sociedad en cuarentena y la concertación no siempre fácil entre el Gobierno de España y los de las comunidades autónomas.
La clase política (y también la ciudadanía) no debe renunciar a la ideología que les define y que incluso les hace diferentes en el debate político. Pero recurrir a la ideología no pude suponer renunciar a la capacidad de proponer, porque los problemas reales no se solucionan con repartos de doctrina barata, sino con ideas, valores y propuestas.
Los problemas de nuestro sistema educativo, de nuestro sistema sanitario público, del cuidado de nuestros mayores, de la recuperación de la industria turística, de algunos de nuestros sectores industriales como el de la automoción, de nuestros centros de investigación y de tantos problemas como los que se han derivado de la epidemia, exigen respuestas a quien nos gobierna (también en las comunidades autónomas) para superar lo peor de la crisis, pero también resulta correcto exigir a la oposición que demuestren que saben hacer algo más elaborar frases y poses y que son capaces de plantear alternativas o completar las propuestas ajenas. Si antes era necesario un gran pacto entre las fuerzas políticas, en estos momentos es imprescindible.
Escuchando algunos discursos de la oposición en el Congreso, se tiene la impresión de que no importan los problemas, sino que se busca el fracaso del Gobierno en la gestión de la epidemia y sus consecuencias. La oposición política parece haber abandonado cualquier voluntad de cooperación en la construcción de elementos necesarios para superar la crisis sanitaria y sus efectos sociales y económicos. La estrategia de la derecha conservadora en España es erosionar al Gobierno, y si no se gana una votación en el Parlamento se acude a los tribunales buscando mejor suerte. 45 querellas, la mayoría promovidas por Vox, se han presentado ante el Tribunal Supremo contra el presidente del Gobierno y sus ministros. En estos tiempos de crisis, también debiéramos pensar en las consecuencias que agudizan las desigualdades, que hacen crecer el desempleo y que debilita a las clases medias. A ciertos políticos estas cosas les resultan ajenas, pero son elementos que ponen en riesgo los pactos sociales sobre los que se sustentan las democracias liberales como la nuestra. Son elementos que hacen necesaria la solidaridad como valor que ayuda a articular nuestra convivencia y nuestra cohesión como sociedad. La aprobación del ingreso mínimo vital en España y el Fondo de Reconstrucción en el seno de la Unión Europea, son dos expresiones de esa necesaria solidaridad que nos ayudarán a pensar que aún podemos articular proyectos en común que refuercen nuestra dignidad como ciudadanos.
No tiene más razón quien más grita. El silencio reflexivo suele esconder respuestas acertadas. Pero es el ruido quien genera titulares. El insulto ocupa unos segundos de gloria para quien lo lanza, mientras que el razonamiento y la argumentación pasan más desapercibidas porque entretienen menos que el exabrupto. El ruido callejero de cacerolas y golpes de bocina, no ha matado al virus. La investigación y los ensayos clínicos para frenar el virus se desarrollan en silencio. Cuando dentro de unos años se analicen estos meses de 2020 en España, se verá que a la política le faltó generosidad y capacidad y se optó por el ruido destemplado, cuando la sociedad pedía compartir esfuerzos. Se recordará a los culpables.
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