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Retomemos hoy nuestro intermitente hilo del 40º aniversario de la autonomía de Cantabria, verosímilmente el primer autogobierno de esta parte de España desde los tiempos de Leovigildo el visigodo, que tomó Amaya, hoy Burgos provincia, liquidando cristianamente a quienes se le resistieron.
Una macrorregión ... castellana-leonesa-cántabra-riojana sumaría unos 3,2 millones de habitantes y solo sería inferior demográficamente a grandes bloques como Andalucía, Cataluña, Madrid y Valencia, pero superior a Galicia, País Vasco, Canarias y Castilla-La Mancha, que son las que rondan hoy los dos millones. No sabemos si tanto peso, distribuido en un espacio tan grande, no acabaría rebajando la densidad de la influencia. Pues uno de los hechos más notables del estado autonómico es la difuminación de Castilla como agente histórico de España. Si descontamos la Novísima Castilla que se tituló Andalucía, aquellos reinos unidos de Castilla y León son hoy la región homónima, la madrileña, la manchega, la extremeña, la riojana, la gallega, la asturiana y la nuestra; y si apelamos a la vinculación foral, incluso las tres provincias vascas cabrían en la relación.
Uno de los móviles de la cultura política española de los últimos cuarenta años ha sido la 'descastellanización' del país, que aún continúa. No hay que acogerlo con recelo. Podría haber algunas razones plausibles por las que una mejor integración de España exigía, más que una homogeneidad impulsada por una vasta castellanización, un cultivo de la diversidad. Podría haberse agotado ya en torno a la República el impulso castellano. Y además, paradójicamente, los más ideológicamente castellanistas de la política nacional y su retórica de nostalgias imperiales fueron los que aceleraron el vaciamiento de las Castillas en la posguerra. Cantabria misma fue destino del éxodo castellano-leonés. ¿Quién no conoce en su entorno a personas oriundas de Palencia, Burgos, León, Zamora, Valladolid o Segovia, por ejemplo?
Naturalmente, el test para esta hipótesis de la necesidad histórica de descastellanización no puede ser sino la realidad misma. Lo primero que se puede decir es que no ha solucionado el problema de la particularidad catalana, sino que lo ha agravado, y que lo agravará todavía más, a medida que las generaciones culturizadas por el nacionalismo pasen a ser una clara mayoría. Además, es una tendencia que ha empezado a generar dificultades en Baleares y en Valencia, con instrumentalización política de los idiomas. Aunque la situación en País Vasco y Navarra, después de los años de violencia extrema, parece haber mejorado, nadie ha renunciado a objetivos últimos y el más reciente barómetro vasco habrá puesto nervioso al PNV, ya que arroja una subida consistente de la intención de voto a Bildu.
Así pues, la mera acción negativa, el 'des' de la 'descastellanización', no ha sido suficiente como para automáticamente incrementar la cohesión de la cultura política nacional. Hubiera hecho falta un proyecto de 'post-castellanización', es decir, un programa positivo español, que no puede ser el de considerar la política autonómica como si fuera una política exterior dentro del propio país, ni tampoco la 'recastellanización' solapada que a veces se pretende, sin criterio ni conocimiento.
Había, en este proceso, otros dos referentes posibles. Uno, el europeo. Este se ha explotado mucho y continúa ejerciendo como una especie de cohesión por contraste. Sin embargo, Europa nos decepciona un poco, al proteger, alojar y pagar buenos sueldos a unos personajes que se han querido cepillar la Constitución democrática española. Aunque reconozcamos, como Jordi Pujol, que Bruselas no ha alentado ninguna secesión aquí. Básicamente porque Francia frunce mucho el ceño ante posibles problemas con 'sus' vascos y catalanes. Pero Europa no puede satisfacer profundamente nuestro horizonte postcastellano, pues allí hay muchas lenguas y costumbres y resultan mucho más diferentes aún de nosotros que cualquier diversidad interna que tengamos en España. En todo caso, una ciudadanía 'europea' (que ojalá surja) sería sobreañadida a la ciudadanía española.
El otro referente es el gran mundo que habla español, del que no somos plenamente conscientes en cuanto a posibilidades, y en el cual, por cierto, la frecuente hegemonía de los demagogos o el propio caos interior impide estabilizar ningún proyecto serio. Lamentablemente, se aprovecha poco y nos proporciona escasos modelos, excepto literarios, valiosos e insuficientes.
Estos cuarenta años de autonomía cántabra se han movido por este gran carril de modificación-desorientación de la cultura política. «El Descastellanizador que lo descastellanice...». ¿Cuántos nacionalistas vascos, gallegos o catalanes han sido ministros en cuatro décadas? Ninguno, y no porque no se les haya tentado. La voluntad de construir otra cosa se ha detenido casi siempre en los escaños de las Cortes, en negociaciones para sacar esto o lo otro para la correspondiente autonomía. Quizá no nos quieren decir en qué España (o no-España) están pensando, para que no nos asustemos. Pero estas actitudes generan desconfianza. Lo peor de la sedición catalanista no es solo la vulneración de la Constitución, sino que ya no creemos en su voluntad constructiva, que hay que asegurar con el código penal, mal indicio.
No creo que Cantabria haya hecho el peor papel dentro de esta navegación sin rumbo. Al menos ha intentado algunos proyectos quijotiles que tenían sentido hispánico, como el de Comillas, y no ha caído nunca en el absurdo de negar el milenio castellano de los cántabros o la participación de sus escritores, inventores, clérigos, empresarios y militares en la historia medieval, moderna y contemporánea de España. Si acaso, se podría haber destacado más, porque no todo el mundo puede reclamar las raíces de Lope de Vega, Calderón de la Barca y Quevedo, o de Antonio de Guevara y Juan de Herrera. Hay que reconocer que los verdaderos economistas de Cantabria son los lebaniegos. Porque vender un sobao pasiego o unas anchoas de Santoña o una polka de Torrelavega, productos tan sabrosos, es fácil, pero 'colocar' a Beato, un monje que escribía en latín del único libro de la Biblia que nadie entiende... eso es una hazaña comercial, hay que quitarse el sombrero. A falta de nación, queda al menos la promoción.
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