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Paseaba alrededor de la UIMP con dos amigos y un helicóptero con su especial sonido se mantenía suspendido en el aire cual ave rapaz. Planeaba sin apenas moverse, escrutando el oleaje desde su especial atalaya. Quisimos buscar una explicación al hecho y, después de un ... silencio, uno de los tres manifestó que una colegiala había desaparecido hacía unos días. Parece, siguió explicando, que se trata de una niña ideal, responsable, educada, muy estudiosa, amiga de sus amigos y especialmente sensible y responsable. Parece también, según el amigo, que una mala calificación, que esperaba más generosa, le inquietó, le angustió, le contrarió, incluso le desestabilizó emocionalmente, por lo que solicitó permiso para ausentarse. Y lo que impresiona es que en el camino, rumió lo sucedido, su «desgracia», que vivió como un enorme fracaso, tan traumático y tan vergonzoso, por no alcanzar su nivel, que eligió la huida, por otra parte menos dolorosa. En principio impresiona como algo inexplicable, además de profundamente doloroso para todos y de forma especial para sus padres, familiares, amigos y compañeros. Da la impresión de irreal, como si se tratara de una fantasía, tenebrosa, oscura y lacerante. Pero es real y además es relativamente común.
Antes de nada queremos dejar claro que no hay culpables, nadie, ni puede ni debe sentirse responsable de lo sucedido y vivirlo como un fracaso personal. Nadie, es así de simple y real. La impresión es que, aun no estando en posesión de todos los datos, cada individuo tiene una determinada personalidad y a la vez que existe el pasota y despreocupado, existe el exigente, ordenado y responsable.
Este tipo de personas son en el fondo muy exigentes consigo mismas, se demandan y fustigan casi permanentemente, sitúan el listón de sus obligaciones muy alto, compiten permanentemente sin querer, de tal forma que sus expectativas son siempre muy altas, tanto, que en ocasiones no pueden alcanzarlas, provocando con ello una enorme frustración, con tanto dolor, y tan intenso, que solo la huida les puede liberar del mismo.
Esta exigencia es generalmente genética, nace con nosotros, nos acompaña siempre, nos persigue y en ocasiones nos asfixia. De aquí que no dispongamos de tiempo para el ocio, no nos lo podemos permitir. Es la vida, una autopista que no siempre es cómoda, que nos puede sorprender con curvas, y algunas sin señalizar, con posibles efectos catastróficos.
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