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Trae inquietante noticia la última Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, referida al año 2021. El gasto medio por hogar y por persona de Cantabria ha caído bruscamente en el escalafón nacional. Una década antes, estaba en 6ª posición en hogares y en 5ª en ... personas. Pero ahora ha descendido a la 13ª en el primer concepto y a la 11ª en el segundo.
En euros, representa una merma de 2.500 euros respecto a la media de España, en hogares, y una de 500 euros, en personas. No era esta anteriormente la posición de Cantabria, ni mucho menos. Desde 2007 había rondado siempre la posición 6/7. Ahora es la peor comunidad de toda la zona cantábrica y meseta norte. Desde luego, Castilla y León ha evolucionado bastante mejor. En Cantabria, el cotejo de la situación de 2015 con la de 2021 señala un retroceso claro: mientras en España ha crecido el gasto, en Cantabria se ha reducido. Evidentemente, esto afecta a la demanda de consumo y con ello a la evolución de la economía (el Producto Interior Bruto, que es a menudo el más bruto de los productos).
¿Por qué gastan menos los hogares cántabros en comparación con la situación anterior? Teoría optimista: porque no quieren (=ahorro). Teoría pesimista: porque no pueden (=empobrecimiento). Teoría clasista (=va por clases): unos porque no quieren, aun teniendo; otros porque no pueden, aun queriendo. Los temerosos, los precarios; los «por si acaso» y los «no hay caso».
Ciertamente, las estadísticas de depósitos y créditos reflejan conservadurismo. Hace diez años, los cántabros tenían guardados 11.500 millones; ahora, 16.200 millones. Este ahorro subió por el covid en 2020 respecto de 2019, pero la paradoja es que ha subido aún más en 2022 respecto de 2021. Este ahorro no se debe solo a las limitaciones de pandemia, sino al recelo ante el porvenir inmediato. La situación del crédito también refleja esta inactividad del dinero: el volumen de crédito al sector privado ha caído en una década en 5.000 millones.
La escalada del IPC a veces fomenta cierto gasto (comprar algo antes de que sea aún más caro), pero en muchas ocasiones lo frena (no comprar un bien equis, por si parte de ese ahorro se necesita para sufragar un bien hache que está subiendo como la espuma). Esto segundo es cierto, sobre todo, de los que quieren gastar y no pueden.
El cuadro de mandos de nuestro instituto estadístico regional lo sugiere. Los precios suben al 10%, el coste laboral menos del 4%. Todos los efectos económicos y psicológicos de esta pérdida de poder adquisitivo son claros. Quizá lo sean acentuadamente en 2022, pero lo llamativo es que estos efectos ya se dejaron notar en 2021, desde que en su ecuador el IPC se lanzó a la montaña como un escalador del Tour.
Por tanto, en 2021 se hubieran necesitado políticas de fomento del gasto de los hogares, por medio de más bonos comerciales o reducción de la presión fiscal o más generosidad con las transferencias corrientes y las inversiones. O todo junto. Sigue siendo impresentable que las administraciones terminen con superávits o remanentes al cierre del ejercicio: dinero que se quitó al ciudadano y no se empleó en nada. Pagar impuestos para los servicios públicos está bien; pagarlos para que lo público haga hucha, mientras el gasto de los hogares retrocede, no tiene defensa. A la anterior consejera de Economía la fulminaron por/tras haber anunciado una reducción de impuestos. Pero todos estos datos muestran que, si al conservadurismo o imposibilidad de los hogares se unen el conservadurismo o la imposibilidad (de reacción) de las administraciones, el resultado no será halagüeño. Resulta sonrojante que hayamos caído a un puesto 13 autonómico en gasto por hogar, en un año que se suponía de gran recuperación y tras haber retrocedido algo menos que otros en 2020. (He llegado a pensar que era una errata del INE y que la corregirán).
Una variable importante relaciona el trabajo y el no trabajo. Si no aumenta el número de hogares con jóvenes profesionales de buenos ingresos, y al mismo tiempo una proporción creciente de hogares se une a la bolsa de pensionistas (cuyo nivel consumo poslaboral baja), las caídas de gasto por hogar y por persona se pueden consolidar. No podemos evitar que el 'baby-boom' se haga 'grandma-boom', pero sí podemos hacer algo para que haya más tejido económico de calidad y gestionar mucho mejor la demanda de consumo. Hagámoslo.
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