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El Gobierno, según parece, ha acordado negociar con el PNV la posible cesión a la Comunidad Autónoma del País Vasco de las prisiones, la Seguridad Social y otras muchas competencias más del Estado. Por cierto, con la Seguridad Social, ¿asumirán también el déficit que existe ... entre los ingresos que dicho organismo recauda en el País Vasco y lo que paga a sus pensionistas? De forma análoga, también el Gobierno está haciendo lo propio con los partidos independentistas de Cataluña para la cesión de otras muchas competencias a dicha comunidad, que se sumarán a todas las que a lo largo de los años ya han recibido.
Lógicamente, tanto una Comunidad como la otra miran de reojo lo que una consigue para inmediatamente pedir ellos lo mismo, lo cual parece razonable, pues si una tiene derecho a un beneficio, ¿por qué no lo iba a tener la otra? Claro que ese razonamiento muere tan pronto se observa que ello sólo sirve para ellas y no para el resto de comunidades.
El problema, no obstante, se agudizará cuando el proceso de desmantelamiento del Estado en tales comunidades finalice y hayamos dado a las mismas la totalidad de competencias posibles, y hasta las imposibles, y ya no haya más que entregar. En ese momento, ¿qué hará el partido ganador de las elecciones generales para negociar con ellos posibles gobiernos? ¿Quizás entregarles territorios limítrofes? ¿Quizás darles parte de los escasos dineros que hayan quedado para otras comunidades? ¿Quizás reducir los impuestos estatales en sus territorios para que las grandes empresas lleven allí sus sedes sociales? ¿Quizás dar ayudas extraordinarias a las industrias que se instalen en tales comunidades? ¿Quizás pagarles las embajadas que monten en el extranjero para que puedan seguir desde ellas desacreditando a España?
Y es que, ¿se conformarán con no recibir nada de nada, porque nada quede para darles, unos partidos que desde que recuperamos para nuestro país la democracia representativa no hicieron otra cosa que beneficiarse de las nueces que el terrorismo ayudaba a recolectar? ¿Se conformarán con no recibir nada de nada, porque nada quede para darles, a quienes estaban acostumbrados a obtener prebendas y beneficios de quien habiendo ganado las elecciones precisaba contar con los pocos diputados obtenidos –por cierto, con muy escasos votos– por los partidos nacionalistas e independentistas y que una ley electoral obsoleta, hecha antes de la aprobación de la Constitucion, facilita, sin que los grandes partidos constitucionalistas se hayan preocupado de modificar en todos estos años?
A las preguntas anteriores es fácil que la respuesta, por no haber otra, sea sencilla: No, rotundamente no. Y entonces, ¿qué? Pues eso, al no tener más que obtener, exigirán la independencia de sus respectivas comunidades para constituirse en estados independientes. Y después, ¿qué? ¿Se conformarán? No, claro que no. Cuando sean independientes exigirán que les paguemos las pensiones de sus jubilados, para lo que a una parte importante de su población –so pretexto de que no nacieron allí, o son hijos de no nacidos allí, es decir a quienes en Cataluña llaman despectivamente charnegos o en el País Vasco maquetos– les dirán que deben cobrar su pensión de la Seguridad Social española y ser atendidos por la sanidad pública española. ¿Y se conformarán con eso? No, claro que no. Cuando sean independientes exigirán que les construyamos nuevas infraestructuras, que justificarán diciendo que se las debemos, ocultando, eso si, que han disfrutado desde hace muchos años de infraestructuras que el resto de los españoles ni hemos tenido ni tendremos en mucho tiempo. ¿Y se conformarán con eso? No, claro que no. Cuando sean independientes pedirán que no haya fronteras entre sus nuevos Estados y el resto de España, al objeto de poder vender a los españoles los productos que fabriquen allí sin ningún tipo de arancel que dificulte su comercio. ¿Y se conformarán con eso? No, claro que no.
Cuando sean independientes pedirán que les facilitemos su integración en la Unión Europea –ya que necesitan el voto favorable de todos los miembros de la Unión– aduciendo que ya formaron parte de ese club durante muchos años.
Y entonces, ¿qué? Pues seguro que cuando muchos ciudadanos de esas comunidades que habían sido convencidos –cuando no engañados– de que su permanencia en la Unión Europea estaba asegurada y de los grandes beneficios que la independencia de su región les iba a proporcionar, al comprobar que no era así, se sorprenderían, y muy posiblemente algunos de ellos, de buena fe, pensarían , ¿pero como los españoles nos hacen esto, con lo que nosotros les queremos?
Dar respuesta a las preguntas anteriores, así como a otras muchas que podríamos seguir formulando –y que espero nunca se produzcan, porque no haya lugar a ellas– sería fácil, pero bastaría una bien sencilla: nosotros no os echamos, fuisteis vosotros quienes quisisteis marcharos de España. Es muy posible que, entonces, alguno nos diría: bueno, quizás nos equivocamos, pero al fin y al cabo somos todos hermanos. La respuesta aquí sería aún más fácil y simple: hermanos, sí, pero primos, no.
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