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Para pasar de 'Santander provincia' a 'Cantabria región' se requerían dos escenarios: primero, situaciones nacionales de reestructuración territorial; segundo, elaboración de 'Cantabria' como nombre más propio y signo de diferenciación. Esto último, para otro sábado. Hoy veremos cómo lo que 'La Atalaya' rotuló como 'El ... pleito regional' fue, de hecho, el debate fundamental para la mentalización regionalista en La Montaña. Sus protagonistas principales siguieron siendo personajes públicos relevantes; las polémicas posteriores solo reciclaron sus argumentos esenciales.
Mediante su golpe de Estado en septiembre de 1923, el general Miguel Primo de Rivera pretendía barrer la 'vieja política' de la Restauración con un programa regeneracionista. En una reunión en octubre con las diputaciones vascas, el dictador manifiesta que proyecta sustituir las 49 provincias por entre diez y catorce regiones, para una Administración más operativa. Ante esta sensacional promesa, se activa el debate por doquier.
Programas de regionalización ya existían desde finales del siglo XIX. Para la excesiva distancia política provincias-centro y para la resiliencia cultural de los reinos históricos, se venían ofreciendo tres soluciones: (1) el republicanismo federal de Pi y Margall, con 'estados regionales' como los suizos o estadounidenses; (2) una monarquía tradicionalista y federalizante como la que prometían los carlistas y su ideólogo Vázquez de Mella; y (3) el regionalismo, que no requería, como las anteriores, trastocar todo el edificio liberal, aunque sí reformarlo.
Así, Segismundo Moret presentó en 1884 un mapa regional, que incluía Santander en Castilla la Vieja con Burgos, Palencia y Soria. En 'Los males de la patria' (1890), Lucas Mallada insiste en la agrupación de provincias en seis 'distritos', quedando Santander en el Distrito Norte con las provincias vascas, Navarra, Burgos, Logroño, Soria, Palencia y Valladolid. Y en 1891 esbozan un sistema regional los conservadores Francisco Silvela y Joaquín Sánchez de Toca: Santander se agrupaba con Oviedo y Gijón en una triprovincial Asturias. También el pucelano Macías Picavea, nacido en Santoña, propone en 'El problema nacional' (1899) una región Cantabria formada por las provincias santanderina y asturiana. Sin mapas, pero ofreciendo la posibilidad de mancomunidades provinciales, se suceden iniciativas (Maura 1907, Canalejas 1912, Dato 1913) que dan lugar a la de Cataluña.
Pero Primo de Rivera hablaba de una estructura municipio-región-nación, sin provincias. Admitirá después, sincero, su abandono de esta idea al aprobarse en marzo de 1925, elaborado por José Calvo Sotelo, el Estatuto Provincial; el cual, no obstante, permitía que las provincias se agruparan en regiones, por medio de mayorías cualificadas; esa noción de flexibilidad en la regionalización era de Maura, quien solo consideraba 'naturales' la familia y el municipio.
¿Qué posición había de tomar La Montaña? Un vivo debate estalló a finales de 1923 en prensa y Ateneo. La posición más contundente, con antecedentes en 1922 y que habría de resultar profética, fue la del joven abogado Santiago Fuentes-Pila: conservador católico del flamante Partido Social Popular; entusiasta del Directorio Militar; futuro jurista legitimador de la sublevación antirrepublicana. Fuentes-Pila acaba su artículo del 27 de octubre en 'El Pueblo Cántabro' con la esperanza de que pronto se pueda decir: «¡La provincia de Santander ha muerto! ¡Nuestra región renace! ¡Viva Cantabria!».
Su principal contradictor fue el director de 'La Atalaya' (diario afín al diputado conservador oficialista Juan José Ruano), José del Río Sainz, 'Pick', quien defendió la coordinación con Castilla por razones primordial, aunque no exclusivamente, económicas. En las discusiones intervinieron otras figuras, como el presbítero y cronista oficial de la provincia, Mateo Escagedo Salmón (prefería la región uniprovincial solo si no era posible un régimen de autonomía local dentro de una región castellana); el propio Ruano; Jesús Cospedal (Círculo Mercantil), Gabriel Huidobro (Junta del Puerto, desde El Diario Montañés) y José María de Cossío, desde Tudanca, con una nota lírica castellanista. 'El Cantábrico' del indiano Tomás Rivero nunca reprimía el «somos castellanos». Incluso, proponiendo una medievalizante estructura de mancomunidades, participó el regionalista castellano Luis Carretero Nieva, padre del Carretero Jiménez que escribirá en el exilio mexicano 'Las nacionalidades españolas', sustantivo clave en nuestra Constitución. En el epílogo a un libro de Nieva en 1918, Ruano había apoyado un regionalismo de resurrección castellana.
Pero la pugna fundamental era entre Fuentes-Pila y 'Pick'. El abogado defendía que una regionalización con Castilla ya no respondía a la evolución de La Montaña y que esta debía aspirar al nombre de Cantabria no solo por historia, sino para marcar su diferencia vital contemporánea. 'Pick', conocedor del problema portuario-ferroviario y sensible a la necesidad de emprender la línea Santander-Valencia para evitar que los vizcaínos obturasen las posibilidades de Santander (amenaza ya manifiesta en ese instante), veía imposible lograr objetivos estratégicos sin concertarse con las provincias castellanas. Además, era notorio que La Montaña había estado política y lingüísticamente en el origen de Castilla.
El arrepentimiento de Primo de Rivera diluyó a partir de 1925 la posición de Fuentes-Pila, quien se concentró en trabajar para la Dictadura (fue gobernador civil de Oviedo y Valladolid) y luego, en iniciativas monárquicas contra la Segunda República (dos veces diputado por Santander, aparece en la foto fundacional de Tradición y Renovación Española en 1935). Regionalista cántabro acérrimo, Fuentes-Pila sirvió, sin embargo, a dos dictaduras que resultaron aún más centralistas y caciquiles que su odiado Estado liberal. Durante la República y la guerra, el debate regional, inconcluyente, fue un recauchutado del de 1923, sin visos prácticos ni claridad geográfica. El establecimiento de una región requería consenso derecha-izquierda: sucedió tras 1978, cuando, a diferencia de 1923, el castellanismo quedó indefenso. Algo ¡descastellanizante¡ y/o ¡cantabrizante' había ocurrido durante el franquismo.
Si observamos las frustraciones pasadas y presentes de la autonomía cántabra, encontraremos básicamente las advertencias de 'Pick'. Pero si contemplamos la creación de un sentimiento identitario, hallaremos el argumentario de Fuentes-Pila. De la provincia del Trienio Liberal al 'pleito regional' del Directorio y al 40º aniversario de la autonomía, dos siglos no han resuelto el enigma: la identidad es soledad y, sin Castilla, solo queda Madrid, pero... ¿hasta qué punto depender más de Madrid es realmente autonomizarse? ¿Era el cantabrismo un quijotismo? De ingeniosos hidalgos sí que iba, como examinaremos el próximo sábado.
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