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Llamamos Dios al principio y el fin de todo lo que no es de este mundo, todo lo que habita en ese universo paralelo mal llamado metafísico. Un universo que no está ni más allá ni más acá del universo físico, tangible, sino en el ... universo paralelo donde habitan los sentimientos, las emociones, las ideas, la ética y la moral; pero también los impulsos antiéticos y antimorales. Cohabitan en él todos los ismos: nihilismo, estoicismo, humanismo, positivismo, racionalismo, misticismo… por citar los más comunes. Es también el universo de lo que consideramos el bien y el mal. En resumen, el universo de lo no-físico.
De estos dos mundos paralelos, el no-físico tiene a menudo mayor influencia en las actuaciones de los humanos que el propiamente físico; aunque este sea, en última instancia, el más determinante dada nuestra condición de mortales. Pero incluso la influencia que nuestra condición de mortales ejerce sobre nuestras actitudes ante la vida, está más informada por el universo de lo no-físico –lo propiamente humano– que lo físico, propiamente animal.
Dios es, pues, el nombre que damos a los órdenes imaginarios que rigen en el universo de lo no-físico, en el cual caben todos los órdenes imaginables y por imaginar. Órdenes informados por las ideas de Dios que están embebidas en las distintas religiones –lo que consideramos el bien y el mal– pero que también habitan en cada mente humana.
La negación de la existencia de Dios no es de recibo. Sea lo que fuere, Dios existe como idea en la mente de todos los humanos. Y no se trata de una idea baladí sino decisiva. Tan decisiva como ese universo no-físico cuya existencia no puede negarse, ni subestimar su influencia en el transcurrir de nuestras vidas.
Los seres humanos somos el punto de intersección de ambos universos. Lo que llamamos 'el mundo' es la resultante de su encuentro. Es imposible discernir en nuestros actos qué proviene del uno y del otro, ya que interactúan simultáneamente y con intensidad variable según las circunstancias de cada momento. El universo de la mente y el universo de lo que percibimos con los cinco sentidos se compaginan, determinando todos nuestros actos. Freud y su escuela, posiblemente los que más lejos han llegado en el análisis de la mente humana, procedieron separando ambos universos, hablaron del yo y del superyó para dar cuenta de esa dicotomía; pero muy conscientes de que en la realidad real lo psíquico y lo físico son indisociables.
Uno puede ir muy lejos en la comprensión de los mundos que habitamos utilizando el marco de interpretación hasta aquí sumarizado. Sea cuál fuere la cultura en que hemos nacido y crecido, todas ellas tienen un elemento común: la experiencia del primer mundo que habitamos. La experiencia del seno materno marca decisivamente nuestra visión del mundo exterior, en el que pasaremos el resto de nuestros días. El seno materno es una envoltura que nos protege absolutamente del mundo exterior y sus agresiones. La vida flotando en el líquido amniótico solo produce buenas sensaciones. Hay pues un deseo inconsciente de regresar al seno materno –el cielo– al sentirse amenazados por el infierno exterior. Surge así una primera y primitiva idea de Dios. A medida que esta idea va cobrando forma nos formamos una idea del mundo y de nuestro lugar en él. La idea de Dios es fundamental para proporcionar dirección y sentido a nuestra existencia en el mundo.
Proporcionar dirección y sentido es la definición de 'orden'. Toda religión (religare) es un esfuerzo colectivo para establecer orden en el caos de la realidad y actuar en consecuencia; con una segunda intención, que la sociedad sea una envoltura lo más próxima posible al seno materno. No es la única razón, pero la decadencia de la religión, y con ella la ausencia de una idea de Dios ampliamente compartida, está en el origen de todos los conflictos sociales.
Se diría que en el siglo XXI el mundo ha pasado página, no acusa la ausencia de Dios, vive sin religión, no la necesita; pero es un espejismo. Hemos echado a Dios por la puerta y se nos ha colado por la ventana una legión de dioses menores (demonios) que no consiguen sustituirlo por más que nos empeñemos en creer lo contrario. Una vez más, las impredecibles consecuencias indeseables de nuestros actos.
Ello me lleva a pensar que no está todo el pescado vendido. Cuando se nos pase la fiebre de la digitalización, de la Inteligencia artificial y del hiperindividualismo, es posible que Dios vuelva a entrar en nuestras vidas; por la ventana primero y luego por la puerta principal. Después de todo, todas las religiones han experimentado metamorfosis radicales varias veces en su historia. Solo hay que remontarse a los orígenes del cristianismo para comprobarlo. Conservó el nombre, pero las transformaciones sobrevenidas lo volvieron irreconocible hasta para los Padres de la Iglesia.
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