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Recuerdan aquellos tiempos pretéritos donde era un verdadero placer discutir? Debatir sin red, con teorías locas y casi indemostrables. Donde contaban los argumentos, el poder de convicción, la fuerza de la memoria y no internet. ¿Dónde queda la emoción de la porfía tan típica del « ... homo hispanicus»? El puñetazo en la barra del bar, donde a sabiendas de no tener razón perseverabas en tu postura más allá de todo lo razonable.
Cómo discutir ahora si 'La Vida de Brian' es de 1979 o del 81, si tu prima segunda es de tu quinta o mucho mayor o si aquel concierto en el que Toño sentó las bases de su divorcio tuvo lugar en el verano del Mundial o en el de la Eurocopa... Si al minuto tus compañeros de charla, cual Billy el Niño y Pat Garret, desenfundan sus iPhone en un duelo a la sombra con los dedos más rápidos a este lado del río Google. Sin wifi no hay conocimiento.
¡Qué tiempos cuando no te venía un nombre a la cabeza, cuando lo tenías en la punta de la lengua y te pasabas el día dándole vueltas con el dichoso runrún! Ahora, salvo que seas un tradicionalista irredento, un retrógrado o no tengas cobertura -cosa extraña en Cantabria, conocida tierra con más fibra que el brócoli-, te lanzas al ciberespacio para solventar tu particular nudo gordiano.
El poder de la memoria ha sido desterrado. En muchas ocasiones aludiendo a la falta de memoria, en verdad tratamos de enmascarar el desconocimiento. Una recurrente coartada que todos hemos utilizado.
En el indómito y revolucionario territorio educativo ibérico se va imponiendo el ostracismo de la memoria en el aprendizaje. Lógicamente, memorizar por memorizar no tiene ningún sentido. Pero entre recitar del tirón la lista de los reyes visigodos o no saberse ni la tabla de multiplicar o las capitales europeas siempre está el justo medio. La vida no es una aplicación y muchas cosas no sólo conviene saberlas de memoria, sino que son signos de conocimiento, cultura, y si nos ponemos estupendos, de sabiduría. Paradójicamente, en muchos exámenes de acceso a los más diversos puestos se pide un ejercicio memorístico improductivo de datos, que tan pronto como se regurgitan en el examen se olvidan. Si todo lo tenemos que consultar, si todo se encuentra en la nube o en cualquier aplicación, ¿qué es lo que realmente sabemos? Efectivamente, de contraseñas, códigos y claves vamos más que servidos. En eso somos expertos. En todo lo demás, sin un móvil en la mano no somos nada.
Sin embargo, seguiremos publicando una ingente cantidad de información sobre nosotros mismos en Internet, que éste dentro de muchos años seguirá recordando, mientras que nosotros, tal vez, quisiéramos borrar. Finalmente, con la red sucede como en la vida, que se recuerda lo que se quiere olvidar y se olvida lo que se quisiera recordar.
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