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A falta de dos meses y medio para que acabe el año, ya se ha superado el número de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas en nuestro país durante todo el pasado ejercicio: suman 52, tres más que en todo 2022. Esa cifra, ... la más alta desde 2010 y coincidente con un sostenido aumento de las denuncias, habla por sí sola sobre la gravedad de un problema que está lejos de ser atajado pese a las nuevas regulaciones aprobadas, el refuerzo de los recursos profesionales y materiales para combatirlo y una creciente concienciación ciudadana. Todo ello sigue siendo insuficiente. El Ministerio de Igualdad se ha visto obligado a reunir en varias ocasiones en unos meses al comité de crisis creado para analizar la situación en periodos con una alta concentración de crímenes. Es pertinente estudiar en detalle cada uno de los casos a fin de explorar medidas que permitan optimizar la respuesta a este desafío social colectivo para limitarlo hasta donde sea posible. Pero, como bien han comprobado las responsables del departamento, no existen varitas mágicas para eliminarla de un plumazo, lo que en modo alguno significa que haya que resignarse a ella como si fuera inevitable.
Las instituciones tienen en su mano mejorar los mecanismos destinados a proteger a tiempo a las víctimas de malos tratos. Eso pasa por acciones en el ámbito de la justicia y policiales. También por una colaboración más estrecha entre las administraciones y por la detección precoz de los malos tratos a través de la sanidad, los servicios sociales y la educación, lo que requiere una actitud vigilante en esos sectores, los correspondientes protocolos de actuación y una formación adecuada en ese ámbito a sus profesionales. Sin desdeñar la conveniencia de estas iniciativas, los avances más sustanciales en una prevención efectiva de la violencia de género se darán cuando las personas más próximas a las mujeres que la sufren y que son conocedoras de tal situación o tienen indicios del peligro existente den la voz de alarma, en vez de actuar como si se tratara de una cuestión íntima en la que nadie debe entrometerse. Cuando el entorno de víctimas que viven aterrorizadas por sus verdugos tenga el arrojo de denunciar el drama que ellas sufren antes de que se convierta en una tragedia irreparable. En este contexto, el insultante negacionismo de la derecha más radicalizada y los recortes en las políticas de igualdad en algunos territorios constituyen disparates que cuestan vidas.
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