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La aceleración de la economía española en el primer trimestre al crecer un 0,5% –tres décimas más que el anterior– y a una tasa anual del 3,8% alimenta el optimismo del Gobierno en plena carrera preelectoral una vez enterrado el fantasma de ... la recesión. Esa mejora de la actividad, superior a la prevista, es la segunda más alta de la eurozona –solo por detrás de Portugal– y demuestra una firme resistencia en un escenario nublado por el enquistamiento de la guerra en Ucrania y la incertidumbre global. De esa manera, el PIB está a punto de recuperar el nivel precovid, aunque no existe motivo alguno para presumir de ello cuando nuestro país será el último de la UE en hacerlo. Su ascenso, asentado en el empuje de las exportaciones y la inversión, resulta aún más significativo al contar con el lastre de un consumo frenado por la escalada de los precios. El alza de la inflación en abril hasta el 4,1% –ocho décimas más– por la luz y los combustibles, más caros que hace un año, es la otra cara de la moneda. Aunque la subyacente baja casi un punto al aminorarse la subida de los alimentos elaborados y el índice general está muy lejos del techo que tocó en junio, nada apunta que el problema vaya a quedar resuelto a corto plazo.
Como si se tratara de dos tendencias en paralelo, el rebote del IPC sigue comprometiendo el devenir de muchas familias y empresas, mientras asegura unos ingresos fiscales récord. Hasta el extremo de que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha anunciado que España estará en condiciones de rebajar al 3% el déficit público en 2024 –como exige el Pacto de Estabilidad reactivado por la UE– sin aplicar restricciones gracias al buen comportamiento de la economía y del empleo. Los repuntes de gasto público derivados de un período electoral que se mantendrá durante todo el año atenuarán las estrecheces de los ciudadanos con el margen que ofrece un fuerte incremento de la recaudación por impuestos sin comprometer más el déficit y la deuda.
España sigue creciendo frente a los peores augurios. No hay perspectivas de que deje de hacerlo durante este ejercicio y los dos siguientes. De manera que el pulso electoral debería ceñirse a una gestión razonable de las expectativas. Ni los Gobiernos de hoy pueden guarecerse sin más tras unos datos de quietud económica, ni los aspirantes a la alternancia deberían recurrir a un dibujo angustioso de la situación.
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