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En un contexto de aguda polarización e inestabilidad política, el sorprendente empuje de la economía emerge como contrapunto y constituye una baza para el Gobierno. El robusto crecimiento de un 0,8% en el segundo trimestre respecto al anterior y de un 2,9% interanual ... vuelve a superar las estimaciones más optimistas y confirma a nuestro país como el que muestra una actividad más pujante entre las principales potencias de la UE. A ello se une el óptimo comportamiento del empleo, con una ocupación en niveles récord pese al pinchazo de julio y un sostenido descenso del paro. El Ejecutivo tiene, por tanto, argumentos para presumir de que España está afrontando con éxito una complejo escenario condicionado por la guerra en Ucrania y múltiples tensiones geoestratégicas, aunque esas luces sigan acompañadas de sombras que no acaban de desaparecer y aconsejan huir de triunfalismos.
Tanto el auge del PIB como del mercado laboral se apoyan en un espectacular tirón del turismo, el tradicional motor de la economía, que tras la pandemia ha visto reforzada tal condición al haber sabido explotar un extendido cambio en las pautas de ocio y consumo. El atractivo del sector queda acreditado con unas cifras sin precedentes pese a una fuerte subida de precios al calor de una disparada demanda y del alza de los costes. Sus excepcionales resultados han de servir de acicate para una paulatina mejora de su calidad en un entorno de fuerte competencia. Y no permiten obviar la necesidad de reequilibrar un modelo crecimiento excesivamente dependiente de él mediante un impulso a las actividades de alto valor añadido, que crean el empleo de mayor calidad y con los salarios más elevados.
El empuje en el segundo trimestre de la industria, la inversión y el consumo de los hogares prueba la solidez de la expansión y permite encarar el futuro inmediato con un prudente optimismo. El Gobierno acaba de elevar dos décimas, hasta el 2,4%, su previsión para el presente año; un objetivo que, salvo imprevistos, cumplirá con holgura. Pero los ambiciosos retos pendientes impiden caer en la autocomplacencia. Entre ellos figuran un aumento de la productividad que permita incrementar la renta per cápita, así como combinar la reducción del déficit y la deuda exigida por la UE con el mantenimiento del actual Estado de bienestar, lo que requiere unos nuevos Presupuestos cuya aprobación dista de estar garantizada.
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