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Las cifras de paro y de afiliación de marzo ofrecieron ayer la imagen más positiva del mercado laboral en muchos años. La reducción del desempleo en 48.755 personas permitió que con 2.860.260 parados España ha visto reducido «su mayor problema» –en palabras ... de la ministra de Trabajo– como no lo había estado desde 2008. A lo que se suma el récord de 206.410 empleos creados, que incrementa la cifra de cotizantes hasta 20.376.552. Los datos del tercer mes del año permiten albergar la esperanza de que se instale una tendencia que mejore las perspectivas para 2023. Por lo que el ministerio de Yolanda Díaz tampoco tenía necesidad de subrayar el buen comportamiento del mercado de trabajo como si todo él se debiera a la reforma laboral cuando se cumple un año de su aplicación. Haciendo del contraste con la inestabilidad global el argumento definitivo de su éxito. Es bueno, hasta imprescindible, que las instituciones públicas transmitan mensajes de confianza en la evolución de la economía y del empleo a partir de datos ciertos.
La recuperación depende también de que el estado de opinión general se vuelva positivo y esperanzador después de tres crisis consecutivas. Las llamadas a invertir, a contratar y a consumir mediante la exposición de todas las buenas nuevas forman parte, al mismo tiempo, de los deberes institucionales y de los mensajes partidarios. Pero la insistencia a cada paso del Gobierno y de los partidos que lo sostienen en las bondades de las medidas impulsadas frente a las consecuencias de la pandemia, para denostar los ajustes en las políticas públicas tras la debacle financiera de 2008, olvida que tanto aquellas políticas como las de ahora fueron secundadas por formaciones europeas y españolas de un amplísimo espectro. La divisoria estuvo y está entre el gobierno y la oposición de cada país, especialmente enconada en nuestro caso.
Los buenos resultados de marzo en empleo deberían estimular a España en su conjunto. No por autocomplacencia, sino porque hasta los mejores datos invitan a perseverar en la superación de los problemas estructurales. El paro en España multiplica por dos la media europea y por cuatro la de Alemania. Los contratos indefinidos cuentan con demasiados parciales y fijos discontinuos. Las horas trabajadas y la productividad siguen lastradas. Ninguna opción partidaria ha sido capaz de afrontar esos desafíos estructurales. Ni lo será mientras prime la confrontación en lo inmediato frente al consenso de largo alcance.
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