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La campaña para las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán mañana en nuestro país se ha convertido en una pugna cuerpo a cuerpo entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Una pugna entre la defensa emocional, por parte del primero, de la honorabilidad de ... su esposa, Begoña López, y la insistencia del segundo en que el Gobierno se encuentra a merced de lo que resuelva la Justicia, también sobre la amnistía. El futuro posible de la Unión se reduce, en nuestro caso, a una disputa entre los dos principales partidos –PP y PSOE–, que tratan de despejar las dudas sobre la estabilidad de la legislatura y, en el fondo, sobre el significado del recuento de las generales del pasado 23 de julio. Un pulso a cara o cruz con el que el presidente y el líder de la oposición tratan de movilizar a sus seguidores y que sitúa a todas las demás candidaturas en un plano secundario.
No ha sido solo una disputa entre quien continúa vindicándose ganador de las últimas elecciones a las Cortes Generales y quien, finalmente, obtuvo el favor parlamentario preciso para su investidura. En paralelo, uno y otro han intentado reclamar su prevalencia sobre sus respectivos aliados para acaparar la mayoría de los escaños en juego a fin de proyectarlos sobre la gobernabilidad nacional. España no es el único país en el que los votos del 9 de junio se contarán de manera tan doméstica. Así será también en Francia, incluso en Portugal, a un lado y otro de nuestros lindes. Pero lo distintivo de nuestro caso es que Sánchez y Feijóo deberían sentirse aliados naturales de una misma Europa de derechos y libertades, dispuesta a ampliarse hacia el Este con la incorporación de países deseosos de prosperar en el Estado de Derecho y a abrirse a flujos migratorios que nos instan a hablar de humanidad.
Solo cabe esperar que el recuento de mañana, dentro del escrutinio general entre los Veintisiete, sea interpretado con mesura, sin que el vencedor circunstancial de unos comicios limitados en cuanto a participación se crea en condiciones de dictar el futuro ni quien se sienta perjudicado en la liza apele a una prórroga infinita para el desquite. El resultado del 9J ha adquirido tal dramatismo que ni el escrutinio europeo ni el español beneficiarán a la democracia y el progreso si los partidos no proceden a una lectura cabal de un reequilibrio de fuerzas en la Eurocámara que, en cualquiera de los casos, exigirá un mínimo ánimo de acuerdo para la convivencia.
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