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El PSOE cerró ayer filas con su secretario general: de forma unánime, los responsables de su partido reunidos en el comité federal aclamaron sin fisuras ni matices, junto con unos miles de simpatizantes en el exterior de la sede socialista, al presidente del Gobierno de ... España para que continuara al frente del Ejecutivo y ante los ataques de «la derecha y la extrema derecha».
Es exagerado afirmar que la decisión de Pedro Sánchez de concederse un período de reflexión para decidir si le «merece la pena continuar» paraliza el país. Lo que sí es cierto es que la acción es inédita y hasta cierto punto inverosímil, pues es difícil vislumbrar algún tipo de resultado positivo para sí mismo o para su partido. Pero el hecho es que si a algo tiene Sánchez acostumbrados a propìos y a extraños es a que, una y otra vez, sorprende con fintas que le acaban colocando en una posición ventajosa. Su carrera política es un salto de hito en hito de desafíos, cambios de posición y decisiones límite. El vigente es uno más, de un calado mayúsculo, y que tendrá sin duda consecuencias difícilmente previsibles.
A la espera de que mañana lunes comunique su decisión, lo que ha conseguido con la ya famosa carta «a la ciudadanía» es agudizar la polarización que imperaba en la vida pública nacional hasta un nivel desconocido en los años de democracia en España. Como muestra, las posiciones de los partidos en Cantabria lo reflejan con claridad. Desde el cierre de filas del comité regional del PSOE celebrado el viernes, con su secretario general Pablo Zuloaga a la cabeza, que asegura que «el ataque a Pedro Sánchez es un ataque a la democracia», del que responsabiliza a «la derecha y un un grupo de medios digitales», al diputado y portavoz de Economía en el Congreso, Pedro Casares, cuando afirma en un artículo en El Diario que se han «traspasado todos los límites en la contienda política» para llegar a «una cacería política, mediática y judicial». En el otro lado, el PP, la presidenta de la Comunidad, María José Sáinz de Buruaga, tachó a Sánchez de irresponsable, le calificó como «el presidente más dañino» y le animó a irse. La alcaldesa de Santander, Gema Igual, apuntó la necesidad de que «los presidentes sean valientes, que no se escondan durante cuatro días».
Sin duda ha logrado Sánchez la realineación de su entorno próximo, con una llamativa ausencia de autocrítica, mal general en la política nacional, en la que todas las formaciones renuncian llamativamente a cualquier reflexión independiente que reconozca aciertos y errores y permita avanzar por los caminos de la razón y la sensatez. Y, sobre todo, el presidente ha conseguido acaparar la agenda pública nacional y poner el foco en sí mismo.
Sea cual sea la posición que Pedro Sánchez adopte, el daño está hecho. Quien ha hecho de la capacidad de resistir la característica fundamental de su personalidad política ha puesto sobre la mesa su propio cuestionamiento como presidente, dejando en entredicho la imagen de España y su reputación internacional. En pocas horas sabremos si atenderá al coro de voces que reclama su continuidad, sorprenderá una vez más con un nuevo giro de guión o asistiremos al desmoronamiento de un Gobierno sostenido con alfileres. Probablemente ese sea el principal motivo, la imposibilidad de gobernar, de una decisión de quien quizá no ha medido esta vez las consecuencias de su desafío.
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