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Cuatro imputaciones en cuatro meses. Las sucesivas causas abiertas en tan breve período contra Donald Trump por supuestos delitos cometidos durante su tóxico mandato en la Casa Blanca no deben ser interpretadas como una escena que, a fuerza de repetida, pierde su carácter excepcional y ... acaba por convertirse en una simple rutina. No lo es. Lo demuestran los 91 cargos que acumula en esos procedimientos judiciales y la gravedad de los mismos, que afecta al corazón del sistema democrático. Su enunciado y la respuesta del magnate ante ellos, más propia de un patán lenguaraz que de un expresidente de Estados Unidos, retratan la anomalía que supuso su estancia en el poder y las amenazas que encierra su eventual regreso.
Un gran jurado de Georgia ha acusado a Trump y a 18 estrechos colaboradores de crear una «asociación delictiva» en un intento de manipular a su favor el resultado de las elecciones de 2020, «a sabiendas» de que las había perdido, mediante presiones a funcionarios y una conspiración para falsificar documentos oficiales sobre el recuento. Es decir, burlar la voluntad libremente expresada por los ciudadanos en ese Estado de tradición republicana, en el que Joe Biden se anotó una victoria por apenas 12.000 votos determinante para alcanzar el Despacho Oval. La fiscal Fani Willis pretende comenzar el juicio en el plazo de seis meses, lo que lo haría coincidir con la campaña a las presidenciales. La ley de Georgia prevé que las audiencias sean transmitidas por televisión, salvo excepciones. Ambas circunstancias, que podrían ser la ruina para cualquier candidato convencional, es posible que jueguen a favor de Trump, quien con un burdo victimismo ha sabido rentabilizar en beneficio propio la acción de la Justicia contra él para alzarse como el gran favorito en las primarias del Partido Republicano, al que ha tomado como rehén.
Escandalizan el cuestionamiento de la democracia norteamericana y el desprecio a los usos constitucionales de quien ha dirigido la primera potencia del mundo. Y denota un serio problema en un país polarizado hasta la náusea el hecho de que millones de ciudadanos comulguen con sus patrañas populistas –incluidas las corrosivas denuncias de un tongo electoral sin otro fundamento que la tozuda negativa a aceptar una inapelable derrota– hasta el extremo de hacer perfectamente posible su vuelta a la Casa Blanca.
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