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La doble ausencia del Partido Regionalista de Cantabria y de Ciudadanos en la cita electoral del 23 de julio constituyó una pésima noticia para Vox y para Sumar. En noviembre de 2019, los regionalistas recabaron el 21% de los votos y los centristas, un 4, ... 8%. Esto quería decir que aproximadamente uno de cada cuatro votos de entonces quedaba ahora 'liberado', y era evidente que, por el perfil sociológico de esos electorados, difícilmente se produciría la transferencia del sufragio a los de Santiago Abascal o a los de Yolanda Díaz. Al contrario, se redistribuirían entre Partido Popular y PSOE, reforzando la tendencia bipartidista que ya el propio planteamiento general de las elecciones por Pedro Sánchez impulsaba, al pedir concentración de voto en el PSOE frente al hipotético pacto del PP con Vox. La estrategia de Sánchez es perfectamente instrumental: si le funciona el mensaje del miedo, puede aumentar sus probabilidades de gobierno y, aun si no le funciona del todo, dejará al PSOE claramente como líder de la oposición, frente a un Sumar (Podemos, IU y otras confluencias) encogido por el voto útil.
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En Cantabria, todo este contexto, más la polarización extra derivada del debate televisivo de Feijóo y Sánchez el pasado lunes, parece haber reducido aún más las posibilidades de Sumar y de Vox. Este último partido, además, ha lanzado un mensaje equívoco al electorado cántabro con motivo de la investidura de la popular María José Sáenz de Buruaga como presidenta regional, ya que los cuatro diputados de Vox votaron en dos ocasiones junto con el PSOE de Pablo Zuloaga contra la candidata del PP. Pese lo que pese en la mentalidad de dicho sector de votantes dicho posicionamiento, desde luego no parece ayudar a que Vox, en circunstancias de polarización electoral, conserve su escaño cántabro, ya que ha transferido la sensación de 'seguridad en el cambio' a su competidor, el PP. Es posible que la centralización de decisiones en Vox le esté impidiendo un ajuste fino a la variedad de situaciones regionales, y que esa falta de flexibilidad les pase factura el domingo.
Así pues, a falta de la recta final de una campaña en la que el PP mantiene el liderazgo en los sondeos (excepto el del CIS, cuyas estimaciones son discutidas ya por todo el resto de expertos en sociología electoral en España) y en la que el PSOE parece ir subiendo a costa de restar a Sumar, Cantabria se encamina hacia la obtención por el PP de tres diputados en el Congreso y tres senadores, mientras que el PSOE obtendría dos diputados y un senador. La agrupación de voto por la izquierda y la resiliencia de Vox imposibilitan que el PP pueda aspirar a cuatro escaños. Para que el PSOE pierda su segundo escaño frente a Vox no debería superar el doble de votos que obtenga el partido verde. Pero como previsiblemente recibirá votos regionalistas y voto útil por su izquierda, pondrá esta opción muy cara. La experiencia muestra que los indecisos que se determinan en los días finales de la campaña lo hacen por partidos mayoritarios, ya que se trata de votar 'para que no' gane alguien y, por tanto, el pragmatismo impera sobre otras consideraciones. Y el aumento de participación que detecta el sondeo no beneficia a Vox, sino al bipartidismo. En consecuencia, el ciclo pluripartidista que se abrió en Cantabria en las dos elecciones generales de 2019 (con diputados de Ciudadanos, PRC o Podemos) se cerrará con un provisional retorno al clásico 3-2. Cabe dudar, en todo caso, si no se precipitó en exceso el PRC al renunciar a estos comicios. Si los resultados del 'papeluco' habían sido tan defendibles, ¿por qué no luchar por mantener el escaño, al menos en coalición electoral?
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