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La cultura anglosajona, más propensa al pragmatismo y en consecuencia a llamar a las cosas por su nombre, permitió que Trump y Boris Johnson fueran los primeros en formular públicamente su estrategia de salida de la crisis provocada por el coronavirus. Una estrategia que ... de hecho estaba en la mente de todos los gobiernos afectados, independientemente de su color político. (Digamos, entre paréntesis, que muy probablemente también hubiera estado en las mentes de las respectivas oposiciones de estar éstas en su lugar). Me refiero a lo que los expertos británicos llaman 'herd immunity', que podríamos traducir como 'vacuna de rebaño' por oposición a 'vacuna de laboratorio'. Cuando no se dispone de una vacuna eficaz, dos tercios del rebaño se contagian mutuamente; lo cual inmuniza, digamos, al 99% que así sobrevive a la epidemia. Sobra decir que el porcentaje de supervivientes depende del grado de virulencia del virus.
Como sabemos, la verdad de Trump y Johnson ha sido duramente castigada por el resto del mundo. La alarmante cantidad de posibles muertos y contagios ha obligado a renunciar públicamente a la estrategia de dejar que el virus se extienda gradualmente entre la población, hasta que se muera (el virus) de muerte natural ¿Pero realmente han renunciado a esta estrategia en privado? La pregunta implica a todos los gobiernos del mundo. Un excelente análisis del Financial Times explora el asunto con el mínimo de realismo que uno estaba echando en falta; un análisis de nueve páginas que intentaré resumir en una.
Los gobiernos buscan desesperadamente un balance entre la efectividad de las medidas de confinamiento, el riesgo de una segunda ola de contagios más letal que la primera si se levantan las restricciones demasiado rápido, y el alucinante precio económico y social de un confinamiento estricto y prolongado. Una especie de cuadratura del círculo: ni los gobiernos ni los expertos que les asesoran, tienen en las manos suficientes datos confiables para resolver esta ecuación de tercer grado. Como consecuencia, de forma deliberada, no nos proporcionan una panorámica completa de la verdadera situación, ni de su estrategia para confrontarla. Los gobiernos, sin partitura, tocan de oído en cuanto van más allá de aplanar la curva ascendente de contagios.
Conclusión, que ningún gobierno puede permitirse el lujo de renunciar a la 'vacuna de rebaño', aunque solo sea como recurso de última instancia, a la espera de alternativas menos crueles (i.e. una vacuna científica). Podemos así reconstruir la historia de lo ocurrido hasta ahora. A través de los equipos de expertos que asesoran a los gobiernos desde que China alertó del Covid, y muy especialmente desde que explosionó en Italia, estos han recibido proyecciones de los contagiados graves que provocaría la pandemia, número que superaba con mucho la capacidad sanitaria de afrontarla. Había que evitar el bloqueo de los hospitales, permitiendo que murieran más personas en tanto se incrementaban los recursos hospitalarios. Ahora bien ¿por qué retrasaron también la suspensión radical de las actividades ciudadanas, hasta que estuvo claro que cualquier otra estrategia sería políticamente inaceptable? Se nos dijo entonces que el primero objetivo del gobierno era reducir las muertes al máximo; pero, ay, proteger la economía al precio de un aumento de la mortalidad también estuvo presente en su estrategia desde el primer momento. ¿Qué otra explicación tiene que retrasaran dos semanas la decisión de un confinamiento radical cuando ya sabían que era inevitable?
Finalmente, la aplicación de medidas drásticas ha dado el resultado deseado ¿y ahora qué? Está claro que mientras no se tenga una vacuna disponible a nivel global, lo cual va a requerir entre 18 meses y 2 años, la política que van a seguir los gobiernos es la de relajación de las medidas de confinamiento, alternadas con el retorno a medidas más radicales cuando la curva de contagiados enderece el rumbo ascendente. Según el modelo diseñado por los expertos más confiables, el confinamiento drástico estaría vigente las dos terceras partes del tiempo que se tarde en tener vacunas para toda la población, es decir, de 12 a 16 meses. Una perspectiva poco halagadora para los que tendremos que sufrirla –la resistencia psicológica se debilita con cada nueva repetición– y prácticamente inaceptable para la economía. Por no hablar de la insoportable presión sobre el sistema sanitario. O sea, que más vale que los expertos encuentren otra salida, una que hoy desconocemos. Gobiernos y expertos tienen puestas todas sus esperanzas en un sistema de test masivos a la población, combinados con un seguimiento tecnológico de las personas que hayan estado en contacto con quienes den positivo. Es, obviamente, el modelo seguido por Corea del Sur. Con eso y con todo, esto no es el bálsamo de Fierabrás: Corea del Sur está endureciendo las medidas de 'distanciamiento social' porque allí la curva ha enderezado su fea jeta; y la mayoría de los países carecen de su cultura y su implantación tecnológica. En suma que los gobiernos carecen, hoy por hoy, de un plan maestro que les permita descartar el recurso de última instancia: el 'efecto rebaño'. Esto explica muchas cosas.
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