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En las últimas elecciones municipales, este país se ha puesto en pie para tratar de saber dónde está parado. No es una actividad frecuente entre los españoles, la de reflexionar, casi siempre andamos ocupados en perseguir sueños a modo quijotesco, o en tratar de que ... los días no sean el rosario de penas que a veces nos presenta el telediario. Los resultados de los comicios ofrecieron a los más votados la posibilidad de gerenciar una parte del presupuesto municipal de algunas localidades y casualmente las carteras más codiciadas por Vox fueron las de Cultura. Este país tiene enraizada la idea de que eso de 'la cultura' sigue siendo una cosa menor, prescindible, poco codiciable y bastante difícil de encajar en un solo adjetivo… Nuestros políticos se rasgarían las vestiduras si un partido de extrema derecha tocara las partes vitales, véase economía, urbanismo o relaciones internacionales, pero concederles la administración de esa parcela que para todos, insisto, para todos, es algo relativo e inconcreto no les preocupa.
El peaje de la convivencia, de la aceptación de las leyes democráticas, cuesta lo que cuesta; una obra de teatro censurada aquí, un beso entre dos personajes femeninos allá, y una frase que sobraba por otra parte; paparruchas. Quizás nuestros próceres no ignoren, o quizás sí, que no hay nada tan revolucionario como un ilustrado, y que la falta de esa materia a la que se le añade la superficial definición de pátina es más visible que una profunda calvicie. No puedo evitar pensar en ese visionario poema 'Vinieron' que se atribuye a Bertolt Brecht pero que fue escrito por un pastor protestante, Martin Niemoller, que osó oponerse a la política de Hitler en Alemania.
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