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Uno. La historia de la humanidad muestra que la emigración es una constante. El emigrante busca un porvenir. Quiere vivir, quiere dar de comer a sus hijos, quiere prosperar. Y para buscar ese sueño abandona su pueblo, a su familia, a sus amigos, a ... su paisaje y se va lejos: a otras tierras, y trata de adaptarse a otra cultura y busca que otras personas le acepten. La desesperación, el hambre, la necesidad, están detrás de los emigrantes.
España ha sido un país de emigración. Nuestros padres y abuelos emigraron a Europa y a América. El conflicto político, la guerra civil, expulsó a muchos españoles de su tierra; el hambre, el subdesarrollo económico, echó a otros. Y, también, nuestros bisabuelos, huyendo de la pobreza (pocos se marcharon por afán de aventura), embarcaron rumbo a Cuba, Méjico, Argentina, Venezuela...; y algunos se fueron más lejos: a Filipinas.
Dos. En las últimas décadas a España han llegado muchos inmigrantes; de Hispanoamérica nos han devuelto la visita, y del norte a África, y de algunos países de Europa del Este. Saben que en España se vive mejor que en sus regiones, que hay libertad, que no hay persecución política, que hay seguridad ciudadana, que tenemos democracia, y que nuestro estado de bienestar proporciona sanidad y educación pública gratuita, y pensiones, y ayudas a los más desfavorecidos. Y lo fundamental: en España, a pesar de los problemas, a pesar del paro, hay más empleo que en su tierra.
Tres. ¿Qué aportan a España y a los españoles los que vienen de fuera? En primer lugar, realizan muchos trabajos fundamentales: recogen la fruta, limpian las viviendas, cuidan a nuestros mayores, trabajan en la construcción, en la hostelería, se embarcan y van a pescar... Ocupan muchos empleos que bastantes españoles no desean hacer. En definitiva, contribuyen a la economía y al desarrollo social y cultural del país. Y aportan su cultura, sus costumbres, sus formas de relacionarse, su visión del mundo. Y con ello la sociedad se hace más plural, más diversa, más compleja.
Tampoco debe pasarse por alto que, mayoritariamente, los que emigran responden a una actitud característica: tienen iniciativa, desean prosperar; por ello se esfuerzan en el trabajo y procuran integrarse. Además, las pautas demográficas de los inmigrantes responden a un rasgo: forman familias que tienen más hijos que las familias del mundo desarrollado. Es decir, aportan población joven a una sociedad envejecida.
Cuatro. Claro que la inmigración implica retos, dificultades y problemas (ocurre con toda convivencia, y, por cierto, también ha ocurrido con los movimientos migratorios interiores: de una región a otra y de las zonas rurales a las ciudades). Por supuesto, la inmigración debe regularse. Es obvio que ningún territorio, ninguna sociedad, puede admitir a un número indefinido de personas. Por ello, deben desarrollarse políticas (política exterior -cooperación entre gobiernos- y políticas interiores), y planes y programas de actuación para integrar a los que llegan y para que la población que les recibe también se adapte al otro: la integración, el diálogo, la convivencia, es cosa de dos. Los responsables políticos deben hacer mucho más que legislar y controlar las fronteras, deben jugar un papel más activo en la tarea de procurar la integración de los inmigrantes; en ocasiones da la impresión de que en esta labor fundamental son bastante más activas ciertas ONG y algunos grupos de voluntariado social. Tampoco se nos puede olvidar que la inmigración ilegal significa mafias, explotación, trabajo en economía sumergida, ausencia de derechos, marginación social.
Los inmigrantes, por supuesto, tienen derecho a mantener su cultura, pero también deben respetar la cultura de la sociedad a la que llegan. En otros términos, las dos poblaciones, la que llega y la que recibe, deben hacer un esfuerzo para la integración social. Es decir, los españoles debemos abrirnos a los que vienen: debemos ser empáticos, tolerantes, solidarios; debemos abandonar los estereotipos y los prejuicios y reconocer las aportaciones de los que vienen a nuestras ciudades y pueblos y, sí, también aprender de ellos. Desde otra perspectiva, los países ricos, el primer mundo, por solidaridad y, también, para luchar contra la inmigración irregular, deben ayudar al desarrollo económico y político de las sociedades más pobres. Al mismo tiempo, los países más pobres, sus líderes y sus poblaciones, están obligados a trabajar por el desarrollo de sus sociedades. Deben esforzarse para construir una sociedad libre, pacífica y respetuosa con los derechos humanos; deben luchar contra la corrupción, deben formar a sus ciudadanos, deben trabajar para el progreso.
Termino. Que no se nos olvide: el mundo es uno; la naturaleza es una; la especie humana es una: estamos unidos. No se pueden poner puertas al campo. Nos salvamos todos, o no nos salvamos. El egoísmo no es la solución, la reacción no debe ser el miedo al extranjero, la respuesta es la cooperación, la solidaridad y el desarrollo.
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