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La historia de Cantabria es un relato que se remonta hasta las tribus prehistóricas, las que dejaron, en la bóveda de Altamira, una prueba ... de su sensibilidad y de su capacidad para evolucionar. Y en ese devenir existe un continuo en los últimos siglos: un auge económico, cultural y social impulsado, primero por la Reconquista y más tarde por la aventura americana, a lo que se sumó el esfuerzo un puñado de cántabros trabajadores y emprendedores que modernizaron esta tierra y elevaron su nivel cultural y su renta per cápita. Tras la Guerra Civil se mantuvo el desarrollo, pero desde hace cinco décadas nuestra comunidad ha entrado en una etapa de declive y atonía.
Teresa Cobo, una periodista de raza, subdirectora de El Diario Montañés, ha escrito un libro titulado 'La hazaña estéril', que es un relato vivo, directo y lleno de imágenes sobre la construcción del túnel de La Engaña, la obra más importante del ferrocarril Santander-Mediterráneo. Es casi imposible encontrar un símbolo mejor que esa obra para representar la cadena de promesas incumplidas, de proyectos frustrados y desengaños que han acosado a los cántabros en la segunda mitad del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI.
El Santander-Mediterráneo era una línea férrea que tenía el objetivo de unir la costa levantina con el Cantábrico, evitando que el transporte marítimo tuviera que bordear toda la península para llevar los productos de esa zona hasta los mercados europeos. Además, ese tren iba a ser un impulso para revitalizar una amplia zona de la geografía española, esa que ahora se denomina 'la España vaciada'. Ese tren se apoyaba en el puerto de Santander y de haberse llevado a cabo hubiera modificado en profundidad nuestra región, entonces provincia de Santander.
Conviene no olvidar que una de las obras de ingeniería más grandes y complicadas de la historia de España quedó muerta, sin utilidad alguna, no solamente por la tardanza en su ejecución –que dejó obsoleto el estándar de las características técnicas– sino también por las presiones del nacionalismo vasco, que vio como esa infraestructura suponía potenciar el puerto de Santander y creaba una alternativa muy competitiva al de Bilbao. Las presiones del lobby vasco fueron determinantes para que, tras una inversión millonaria, docenas de muertos en las obras y tener casi culminado el trazado, el gobierno de España decidiera dar carpetazo al proyecto y luego, años después, fue cerrando los tramos de vías que ya habían entrado en servicio, hasta borrar del mapa una obra ciclópea.
Esa presión por potenciar a las provincias vascas, en detrimento de las vecinas, ha sido permanente. Por ello el Santander-Mediterráneo –con el túnel de La Engaña como símbolo– resulta altamente significativo. Todavía hoy en día no es posible explicar como una obra interregional de esa envergadura terminó abandonada, destruida e inútil. Si finalmente la vía trazada y pensada para articular España de forma transversal se hubiera puesto en servicio, es indudable que Cantabria habría evolucionado a ritmo más fuerte y los frutos serían una prosperidad que quedó enterrada en las entrañas del túnel.
Por esa razón, creo que la hazaña estéril que relata, con pulso periodístico y rigor histórico, Teresa Cobo, es símbolo perfecto y claro de una región que ha visto truncados sus sueños más recientes. Podría decirse, parafraseando a Joaquín Sabina, que nuestra tierra es un «boulevard de los sueños rotos». Una tierra en la que han prosperado pocos proyectos y los que han conseguido pasar del papel del diseño a la realidad han sido, en casi todos los casos, obra de la iniciativa privada, como el reciente Centro Botín construido y sostenido por la Fundación Botín.
Una vez comprobado que el tren que unía las dos costas de la península quedaba anulado, tampoco hubo en Cantabria una iniciativa para exigir responsabilidades por el dinero malgastado y las vidas perdidas, ni para tratar de aprovechar la obra ya realizada para otros fines. La política franquista de concentrar en Cataluña y País Vasco las nuevas industrias nacidas al amparo del INI o que, aunque anteriores en su existencia, pasaron a depender del Estado, ha sido otro de los elementos que contribuyó, de manera decisiva, a que el Santander-Mediterráneo fuera arrumbado entre los proyectos fracasados.
El libro que ha editado El Diario Montañés, y que se presentará el próximo martes, día 14 de enero, en el Ateneo de Santander, debe servir no solamente para fijar en la memoria de los cántabros ese episodio de nuestra historia, sino para plantear las posibilidades que ofrece la parte culminada de esa obra. Es verdad que el túnel de La Engaña se encuentra en mal estado por el abandono que ha sufrido durante muchos años, pero aun es posible rehabilitarlo para que sirva como vía turística que una el norte de Burgos con la zona pasiega de Cantabria. La conjunción de esfuerzos entre Cantabria y Castilla y León podría revertir la esterilidad de la perforación de un túnel que, en su momento, fue el más largo de España, y darle una nueva vida que permita que las comarcas de ambos lados de la obra recuperen dinamismo y permitan que los pueblos que allí aun perviven no terminen por desaparecer.
El trabajo minucioso y riguroso que ha desarrollado Teresa Cobo merece todos los elogios y ha sido recibido con un enorme éxito, aun antes de su presentación oficial. Pero la mejor forma de rendir el tributo merecido a quienes trabajaron en La Engaña no es otra que dar utilidad a lo ya construido.
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