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La pandemia del covid-19 ha puesto de manifiesto una serie de defectos de nuestro sistema de salud -también, justo es reconocerlo, algunas virtudes-, que ahora que por fin parece que estamos saliendo de la grave crisis producida por la pandemia, y una vez resolvamos ... los problemas que el virus aún representa, debieran estudiarse en profundidad para, en base a los resultados del mismo, adoptar las medidas que de ellos se deriven, algunas de las cuales no es difícil concretar en estos momentos.
En primer lugar, y de forma prioritaria, está la necesidad de que en situaciones de crisis sanitaria, como la padecida, el Gobierno central actúe como motor de las acciones a realizar por todas las administraciones, impulsando y coordinando las mismas, legislando lo que corresponda si se observa que hay carencia de normas adecuadas y estableciendo las bases en las que deben apoyarse todos los demás. Política de impulso y coordinación que no debe confundirse con la de ordeno y mando. Por el contrario, debe basarse en la participación activa de todos los implicados para, con la adecuada coordinación de las acciones que fueren precisas, garantizar en cada momento que sean ejecutadas en igualdad de condiciones para todos los españoles y con la máxima eficiencia de todo el sistema.
La puesta en marcha de tales políticas exige no solo no paralizar el funcionamiento de nuestro Parlamento, como se ha hecho en esta pandemia, sino, por el contrario, activarlo plenamente para que las medidas a adoptar sean debatidas y aprobadas por nuestros representantes y para que el Gobierno se vea, en circunstancias tan críticas, respaldado en sus actos y, también, naturalmente, controlado en sus decisiones. Y es que aprovechar una situación de crisis como la padecida por el covid-19, para desactivar un instrumento tan fundamental en el sistema democrático, como es el Parlamento, puede conducir a que el Ejecutivo lo aproveche para gobernar sin tener que dar cuenta de sus actos, apoyándose para ello en la urgencia y excepcionalidad del momento, lo que lleva, a la larga, hacia un indeseado autoritarismo.
Dado que no corresponde aquí y ahora enumerar los muchos defectos observados durante el largo tiempo de pandemia, pues ello exigiría un estudio en profundidad realizado por expertos en la materia -que hagan el trabajo, eso sí, con total independencia y no sometidos a partido alguno- veamos un ejemplo, entre los muchos que podríamos tomar, que puede servir como elemento simple de análisis.
Para ello podemos analizar la obligación que tenían los ciudadanos de desplazarse para ser vacunados desde el punto donde estuviesen residiendo en ese momento a donde tuvieran su centro de salud, lo que les obligaba a recorrer, en muchos casos, varios cientos de kilómetros, solo para ponerse una simple inyección. Dado que uno de los problemas con los que las administraciones regionales tuvieron que lidiar en un principio era la escasez de vacunas, y que por ello no era razonable dejar de vacunar a los residentes de la propia localidad para utilizarlas en personas ajenas a la misma, la solución hubiera sido bien sencilla: establecer el Ministerio de Sanidad un sistema informático centralizado, por ser quien recibe las vacunas y las distribuye entre las distintas comunidades, al objeto de que las dosis que se pusieran a residentes en otra comunidad fuesen restados de las de procedencia del sujeto y sumadas al lugar en el que se la pusieron. Esta coordinación, que hecha manualmente resultaría inviable es, sin embargo, sencilla y plenamente factible con los actuales sistemas informáticos.
Si un defecto, no el mayor ni mucho menos, hemos puesto de manifiesto, no sería lógico dejar de resaltar el buen funcionamiento en la vacunación realizada por la mayor parte de las comunidades autónomas y, dentro de ellas, por los correspondientes centros de salud o centros de vacunación expresamente montados al efecto. Resaltar el magnífico trabajo realizado por el personal sanitario sería innecesario, si no fuese porque el agradecimiento que a ellos debemos -como a todos sus colegas que desde todos los estamentos sanitarios han venido velando durante toda la pandemia por nuestra salud, con riesgo permanente de la suya- nos obliga a que una y otra vez les digamos: gracias, muchas gracias.
Lógico sería, por ello, que el Gobierno de la nación y, en su caso, los de las comunidades autónomas, les valorasen ahora, como trabajadores que son de ellos dependientes, en todos los aspectos -incluido, claro es, el económico- por su demostrada entrega y profesionalidad.
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