Escapada
«Rivera se ha largado huyendo del tipo que algún día fue, del provocador que se desnudaba en los carteles electorales, del joven admirador de Kennedy»
Rosa Palo
Viernes, 15 de noviembre 2019, 00:07
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Rosa Palo
Viernes, 15 de noviembre 2019, 00:07
Escapar. Desaparecer. Casi con lo puesto, coger el coche y tirar millas. Por la Ruta 66 o por la comarcal de los Patojos. Parar sólo para echar gasolina al coche y al cuerpo. Acumular latas vacías en la guantera. Ver pasar los paisajes borrosos desde ... la ventanilla. Dormir en cualquier lado, despertarte sin saber dónde estás, echarte un café al coleto, seguir conduciendo sin destino aparente.
Cuando estoy hasta el cuello, sueño con hacer eso algún día. Pero, en lugar de tomar las de Villadiego, me tomo medio orfidal. Se ve que a Albert Rivera no le quedaban ansiolíticos, porque ha metido el fracaso electoral en una maleta de mano junto a dos calzoncillos limpios y ha cogido carretera y manta: poco después de dimitir, lo vieron con Malú haciendo una parada técnica en un bar de carretera, echándose aceite en una tostada con tomate y envolviéndola en papel de aluminio. Sí, jefe, son para llevar.
Rivera se ha largado huyendo del tipo que algún día fue, del provocador que se desnudaba en los carteles electorales, del joven admirador de Kennedy que acabó sacando a pasear a perros y adoquines, del yerno perfecto que se convirtió en un meme. Al final, la política es como el bótox, que empiezas por un pinchacito de nada y terminas pareciendo Carmen de Mairena. Ahora, un Rivera desnortado pero liberado del peso de ser el líder carismático, de las luchas intestinas y de la servidumbre del 'clickbait', anda por ahí intentando encontrar su lugar en el mundo.
La pena es que han llegado dos tíos fundiéndose en un abrazo y han eclipsado la épica de su marcha. No le han dejado ni el regusto de una huida salvaje, a lo Kerouac: «No dejaba nada detrás de mí, había cortado todos los puentes y no me importaba un carajo nada de nada». Pero, por mucho que corra, Rivera sabe que escapar de uno mismo está condenado al fracaso. Para eso, el orfidal es más rápido.
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