Secciones
Servicios
Destacamos
Parece que Pablo Casado se ha caído finalmente del caballo emulando a aquel famoso Saulo que está en el origen de su nombre. No es mala compañía, San Pablo refundó el cristianismo. Es como si Casado finalmente hubiese escuchado las voces que le urgen a ... refundar el PP. Sé que me repito pero permítame insistir en que el modelo lo tiene delante de los ojos: la democracia cristiana alemana.
El neoliberalismo está marcando la tarjeta de salida en el reloj de la historia, el Estado asistencial parece haberle ganado la partida. La pandemia del covid 19 ha sido el jaque-mate. La democracia cristiana alemana ha sabido combinar una economía basada en el capitalismo en su versión más sólida, evitando que se degrade por la nefasta influencia de los especuladores financieros, quienes producen fabulosas ganancias para el 1% de la población pero resultan estériles para el resto. Combina esto con una política de asistencia social que satisface las necesidades básicas del sector más vulnerable de la población, a la vez que garantiza la asistencia médica, la educación, el puesto de trabajo y una jubilación digna a toda la población, mediante una redistribución de la riqueza generada con el esfuerzo de todos e impidiendo o remediando desigualdades injustificables. El Estado asistencial juega, pues, un papel imprescindible como árbitro y como interventor en las relaciones sociales, de manera que los conflictos de interés entre los diferentes grupos que conviven en la comunidad se resuelven de acuerdo a derecho y superando el concepto de 'lucha de clases' que enfrenta capital y trabajo como enemigos irreconciliables. En su lugar, sienta juntos a capital y trabajo en los consejos de administración de las empresas para acordar la aplicación del contrato social, los objetivos de la empresa y el reparto de beneficios. Con el compromiso por ambas partes de cumplir el convenio y hacer el seguimiento del mismo.
Esto requiere una presencia del Estado en los asuntos públicos bastante más extensa de la propugnada por el neoliberalismo. Argumenta éste que la intervención del Estado socava el dinamismo de la empresa privada y erosiona la libertad del personal; lo cual resume en la siguiente sentencia: «el Gobierno realiza demasiadas actividades que funcionan mejor cuando se dejan en manos de las empresas y los individuos».
Lo cierto es que la mayoría de la población teme más la inseguridad económica y física que la mayor presencia del Estado. La gran mayoría apoyan la expansión del seguro de desempleo, así como el refuerzo de la medicina pública en particular y los programas asistenciales en general. Es asombroso el apoyo a las medidas de los gobiernos para subsidiar individuos y empresas puestas en precario por la pandemia, sin que parezca preocupar el endeudamiento del Estado que ellas acarrean. La inmensa mayoría de la población está de acuerdo con que se incremente significativamente el salario mínimo y se exima de pagar impuestos a las familias con ingresos más reducidos. En la novedosa área del cambio climático, cada vez más gente requiere y aprueba la intervención del Estado. Se contemplan con asentimiento inversiones multimillonarias en la promoción del uso de energías renovables y de infraestructuras que mejoren el uso eficiente de la energía. El argumento que justifica la ampliación de las intervenciones del estado es que la seguridad económica y personal crea la atmósfera propicia para que el emprendedor asuma mayores riesgos y el trabajador lleve una vida digna.
En resumen, el sentimiento generalizado es que el Estado debe hacer más, no menos, para resolver los problemas de la gente. Por ejemplo, considera que el gobierno debe legislar el subsidio de las bajas por enfermedad, pero no solo las propias sino las de personas dependientes de su cuidado (hijos, padres,etcétera); o legislar la cancelación de deudas asociadas al pago de rentas e hipotecas de personas que no pueden hacer frente a las mismas a causa de la pérdida de ingresos que tenían asegurados. Es evidente que cuando a la sociedad le azotan grandes crisis (a la nuestra le han abofeteado dos seguidas) los gobiernos expanden su intervención para hacerlas frente y la población lo aprecia tácita o explícitamente. Y esto, independientemente de la ideología que tengan los gobernantes. ¿Quién se acuerda de los años setenta del siglo pasado, cuando la inflación y el estancamiento económico se achacaban a las regulaciones abusivas de los gobernantes que obstruían la libertad de mercado y ralentizaban la prosperidad? Finalmente, está la contradicción entre la aprobación de los subsidios estatales por un lado y la desaprobación de los gobiernos, a los que cada vez se tiene menos confianza. Como diría Walt Whitman «¿Qué me contradigo? pues bien, ¡me contradigo!». Con todas sus contradicciones, la combinación de una economía capitalista robusta y una asistencia social generosa ha ganado esta partida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.