![Estado-tortuga](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202102/08/media/cortadas/61978679--1248x1330.jpg)
![Estado-tortuga](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202102/08/media/cortadas/61978679--1248x1330.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Desde tiempos inmemoriales, la estrategia más eficaz para derrotar al enemigo definitivamente fue sitiarlo y matarlo de hambre. Los neoconservadores, comandados por Reagan y Thatcher y emulados en casi todos los países occidentales, lo convirtieron en un eslogan intrapartido: «starve the beast» (matar de hambre ... a la bestia). La bestia, por supuesto, era el Estado-Leviatán; un animal mítico que Job compara con un dragón. La estrategia ha consistido en reducir deliberadamente los impuestos con el fin de privar al gobierno de ingresos -su único alimento- para de esta manera obligarlo a reducir el gasto. Esta reducción se ha concentrado en los programas sociales: educación, seguridad social, medicina pública, asistencia a los sectores de la sociedad más desprotegidos... La autoría del invento se atribuye al que fuera famoso gurú de las finanzas, Alan Greenspan, en 1978 y puesto en práctica por Reagan en 1980.
Durante 40 años esta estrategia ha sido aplicada sistemáticamente en el orbe occidental, aunque el efecto ha sido más evidente en Estados Unidos y Reino Unido. Si bien no consiguieron matar a la bestia en todo ese tiempo, sí han logrado debilitarla hasta el penoso estado en que hoy se encuentra. Aunque muchos miraron a otra parte, porque todos adoramos la reducción de impuestos, cuando se ha presentado una emergencia como la pandemia del covid-19 el actual estado de desnudez del Estado ha quedado expuesto a los cuatro vientos. Los gobiernos no han perdido la capacidad de darle a la maquinita impresora de billetes y ¡vive Dios! que lo han hecho de manera desenfrenada. Mas su incapacidad para ejecutar eficientemente las medidas remediales se ha puesto de manifiesto de forma trágica: falta de respeto a las autoridades públicas, hospitales colapsados por insuficiencia de camas y personal, escasez de vacunas por falta de producción propia, distribución y administración ineficiente de las escasas existencias...
Tras 40 años de renuncias forzadas, las tradicionales empresas estatales son enclenques, sus mecanismos herrumbrosos, han perdido la experiencia de actuar con eficiencia en situaciones tan extraordinarias como la presente. El neoconservadurismo ha logrado, pues, su objetivo: el estado se mueve ahora como un cojo; primero le han cortado las piernas y luego le acusan de que no puede correr. Son las consecuencias no buscadas de la miopía cortoplacista que caracteriza la política contemporánea.
No siempre fue así. Recuerdo que en la primera y única asignatura de economía que estudié por entonces (1960) en la escuela de Peritos explicaban como verdad de perogrullo que ciertos servicios públicos -agua, electricidad, infraestructuras, transporte público, educación, medicina...- eran más económicos y eficientes cuando estaban a cargo de monopolios del estado que cuando eran suministrados por empresas privadas, más preocupadas por la rentabilidad que por el servicio en sí. 50 años después mi hija, con su flamante doctorado en económicas bajo el brazo, me reconocía que aquella verdad seguía siendo cierta aunque en aquel momento hubiera sido enterrada varios metros bajo tierra.
Hay ejemplos fehacientes. Alemania, sin ir más lejos, sigue teniendo una maquinaria del Estado bien engrasada porque nunca renunció a hacerse cargo de los servicios públicos. No sólo tiene una excelente educación académica sino programas de educación continua de los trabajadores industriales, para que estén al día de las innovaciones tecnológicas y puedan reciclarse cuando sea necesario. Lejos de desplazar al Estado en estas funciones, las industrias colaboran activamente en dichos programas y toda la sociedad se beneficia de esta división del trabajo. Ante la pandemia del covid-19, Alemania por supuesto está sufriendo sus estragos tanto como el resto; pero con una diferencia fundamental, los servicios de salud pública no se han colapsado; no solo estaban relativamente mejor preparados para una emergencia, que de todos modos ha desbordado las mejores previsiones, sino que cuenta con personal suficiente y está bien entrenado; de modo que el sistema ha resistido el estrés a que ha estado sometido sin manifestar clamorosas carencias. Otro tanto puede decirse de los países nórdicos y pare de contar.
Pero los mejores ejemplos los encontramos en los países asiáticos. China, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Taiwán, Singapur... En todos ellos el Estado juega un papel decisivo en el suministro de los servicios públicos, sin que a este respecto puedan apreciarse diferencias sustanciales entre regímenes democráticos y autoritarios. Bien puede decirse que, en lo tocante a servicios públicos, todos se comportan con un respeto a la autoridad del Estado muy similar. Los resultados en el manejo de la pandemia no dejan lugar a dudas sobre la mayor eficacia del modelo estatal, en comparación con los países occidentales; y el impacto en los resultados económicos nos hace palidecer de envidia. Sigo creyendo que donde esté la democracia occidental pueden quitarse todos los demás sistemas; pero en la obliteración de los servicios públicos se ha puesto clamorosamente de manifiesto cuál es su talón de Aquiles.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.