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Ha bastado con una entrevista de máxima audiencia para que a media España se le haya puesto el corazón contento con la idea de un gobierno de concentración presidido por Felipe González. Prueba de hasta qué punto están convencidos de que algo muy grave está ... pasando en la política española, para que vean al viejo presidente como la tabla de salvación. En política pasa como en el fútbol, la inmensa mayoría de la gente, incluidos los hinchas, no entiende mucho de fútbol pero reconoce a un buen 'mister' cuando lo ve.
Por otra parte, González parece haberse reconocido en la figura de Joe Biden. Debe de estar recibiendo una inmensidad de propuestas para que encabece similar iniciativa, tras el desastre del sanchismo; cada vez más parecido al del trumpismo. Como en el caso de Trump, la toxicidad del experimento de Sánchez ha sido puesta de manifiesto por la pandemia de la forma más descarnada. Sánchez, como Trump, tenía un plan muy sólido para gobernar el país ocho años como mínimo y no se avizoraba en el horizonte nada que pudiera evitarlo; pero de pronto llegó la pandemia, la sorpresa inesperada que suele desbaratar los planes mejor trazados, y todo el plan se les fue al traste. Tal parece que Sánchez enfila irremisiblemente el mismo camino que Trump. La vida es azarosa, la de los políticos se manifiesta en sus versiones más agudas aunque nos empeñemos y se empeñen en ignorarlo. Vivimos en la creencia de que todo está bajo control a nuestro propio riesgo, pero es porque la alternativa es un sinvivir. Así nos va.
En el mundo hay pesimistas, optimistas... y quienes ven el vaso medio lleno, pero piensan que probablemente esté envenenado; con lo que se pasan media vida buscando y utilizando el antídoto. Estos últimos son los que más me interesan, mi lista la encabezan en este momento Joe Biden y Felipe González. Vista la forma en la que los republicanos de Estados Unidos se han echado al monte, y cómo la derecha y los independentistas hacen lo propio en España, los trumpistas sumidos en un bucle melancólico, derecha e independentistas enrabietados con Sánchez y su gobierno por motivos opuestos, pero ambos decididos a aprovecharlo para sus fines partidistas; visto lo dicho, aplaudo el arrojo con el que Biden confronta la crítica situación de su país y el valor con el que González ha vuelto al ruedo.
Ante el extremo sectarismo y la polarización que está explosionando nuestras sociedades occidentales, Biden ha empezado a reabrir la ocluida senda del centralismo en medio de esta selva del asfalto. Ello ha sido recibido con un precavido suspiro de alivio y tímida esperanza de que logre consolidarse. Lo cual ha hecho atractivo el modelo Biden desde Israel, con un gobierno de concentración que frene y rectifique la ruta al abismo de la guerra a que les estaba conduciendo Netanyahu, hasta en España. Felipe González parece ver la opción Biden como la única manera de frenar y rectificar el viaje al agujero sin salida donde nos han metido Sánchez, la derecha y el independentismo, dispuestos a seguir cavando y hundirnos a mayores profundidades. Eso que los inconscientes desaprensivos llaman 'cuanto peor mejor'.
De pronto, un gobierno de concentración nacional presidido por González se nos presenta como la salida obvia que estaba frente a nuestras narices y no éramos capaces de ver. González sería el obvio adulto en el patio de recreo donde retozan nuestros políticos, no dejando a su paso títere con cabeza, pisoteando los bancos, meando en el césped, haciendo mofa y befa de las reglas del juego, transgrediendo todas las normas de conducta. Son como niños, pensamos y hasta reímos las gracietas de los que gozan de nuestras simpatías, mientras caminamos sonámbulos hacia el abismo.
¿Por qué será que, sin embargo, lo de «Felipe presidente» se me antoja un espejismo? Hace tiempo que no recurro a la metáfora de la resaca: vemos la orilla ante nuestros ojos pero hay una fuerte contracorriente submarina que nos impide llegar a la playa. La condición 'sine qua non' de un gobierno de concentración es que las corrientes y contracorrientes de izquierda y derecha amainen hasta el punto de que sea posible alcanzar la orilla. Pues bien, lejos de amainar se avivan. Definitivamente, cuando nuestros políticos ven el poder al alcance de la mano se ciegan, víctimas, también ellos, de la resaca que han generado. Nuestro política está engolfada en un círculo vicioso, una serie de bucles concéntricos a cual más melancólico. En algún sitio de 'Los cantos de Maldoror, conde de Lautréamont' dice algo así como que la melancolía está en el camino de la impotencia, la impotencia es el camino a la desesperación y la desesperación nos lleva a la maldad. Será eso.
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