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Con el adiós a agosto dejamos atrás los momentos sublimes de los reencuentros, los días de vacaciones, proclives a la desconexión, al cambio de la actividad diaria, un acto higiénico y realmente confortable para las personas, pues enriquece la salud mental de las mismas. Cuando ... su disfrute es querido y deseado, se espera en ocasiones con ansiedad, esencialmente cuando estamos en momentos de mucha exigencia, siendo en el fondo un acto liberador que, además, nos sitúa en aquellos lugares donde la fantasía es la protagonista.
En condiciones normales, cuando la vida transcurre de acuerdo con los patrones de la normalidad, la reiteración de los actos, la rutina como consecuencia de esta, provoca fatiga física, pero especialmente una nebulosa mental que nos limita nuestras capacidades psicológicas. Todo está previsto, nada se improvisa, sabemos lo que nos toca en cada momento, y esa reiteración en la que no surge novedad alguna al final envejece nuestra capacidad de pensar, de imaginar, de discernir, fruto del aplanamiento mental como consecuencia de pisar los mismos itinerarios y ambientes.
Solamente el cambio de hábitos que supone un fin de semana, la libertad que nos ofrece cuando nos implicamos en el mismo, el cambio de panorama, de medios, de relaciones, de situaciones nuevas, de imágenes de conversaciones y encuentros, todo ello, nos va a significar, primero, una desconexión de todo aquello que nos es propio de cada día durante todo el año, y, después, nos ofrecerá expectativas nuevas, quizás incluso hasta proyectos en los que no habíamos pensado, y que el ambiente novedoso en el que nos hemos instalado o una conversación con algún compañero o vecino del lugar, nos ha despertado.
Hay trabajos que por su exigencia o su necesidad de atención, o de realización de actos repetitivos y uniformes en los que no cabe la improvisación, hacen más necesario un cambio de actividad, que puede ser ir a pescar, montar en bicicleta, realizar cualquier deporte o, sencillamente, entrar en contacto con la naturaleza, desde la que se ofrece tanta y tanta vida, además cambiante cada día.
Otros trabajos más relajados nos permiten un pequeño diálogo con un compañero de oficina, pausa que dura unos minutos en los que nos sentimos más libres, menos atados o menos presos, e incluso podemos hasta sentirnos cómodos al poder conocer a nuevas personas y escuchar y atender sus inquietudes.
Al lado de estas situaciones se dan otras bien distintas en las que, a pesar de su búsqueda permanente, las personas carecen de cualquier actividad profesional. Son convecinos que se sienten aburridos de tanta insistencia en un único asunto que abordar. La necesidad de hallar un trabajo. Un currículum, una entrevista, una nueva negativa, otra sensación de fracaso... En su caso el agotamiento es enorme, porque, aún no queriendo, siempre mantienen cierta esperanza, siempre les abriga la posibilidad de que suene la flauta. pero pasa el tiempo y la flauta sigue sin sonar, ¿Quién no desea entonces cambiar de ambiente, cambiar de actividad, sí, de actividad? ¿Quien no desea en ocasiones incluso desaparecer?
En esta línea se dan ejemplos de trabajadores en paro cuya necesidad de trabajar resulta vital pues tienen hijos que mantener, hijos con primeras necesidades: comida, ropa, una adecuada atención sanitaria...
Sus padres lo saben, lo ven. Y ante tanta necesidad no pueden hacer más que lo que hacen, que es buscar y buscar un trabajo que no acaban de encontrar. La posibilidad de inscribirse en un campamento familiar gratuito, en el que puedan pasar unos días de paz al lado de sus hijos, no solo es una opción merecida sino necesaria para retomar su lucha diaria sin que su delicada situación les merme su capacidad mental.
Hay personas que pueden permitirse realizar un viaje de lujo, en hoteles estrellados, con todas las comodidades a su alcance, y durante un tiempo holgado; las hay que organizan desplazamientos mucho más modestos y, desde luego, menos ostentosos, por un tiempo más limitado. Y también las hay protagonistas de los reencuentros familiares, personas que viajan al pueblo, donde aún conservan sus casas y a donde se dirigen con la alegría del encuentro con los suyos, y con todo aquello junto a lo que crecieron. Son vacaciones familiares en las que padres e hijos se reúnen y las fiestas son permanentes, porque la alegría del encuentro con los familiares, o con su recuerdo a través de amigos, nos propicia un revulsivo que nos hace renacer, proporcionándonos el mayor grado de desconexión de lo cotidiano.
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