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Sabemos lo que está ocurriendo sobre el terreno y las intenciones expresadas por los dirigentes de los diversos países directamente involucrados en el conflicto. Pero en estos momentos, la clave real está en los verdaderos objetivos de los invasores rusos, con Putin a la cabeza, ... y cómo encajen los duros efectos de las sanciones; en la voluntad real de Estados Unidos y los aliados de la OTAN de mantener el pulso en Ucrania con la ayuda de armamento que su resistencia necesita con urgencia; la capacidad de sacrificio que demostremos los europeos por el corte de suministro de gas ruso y las repercusiones de las sanciones y en los contactos que se puedan estar produciendo entre los principales actores del conflicto y posibles intermediarios. Sí, sí, siempre en los peores escenarios hay una vía secreta de contacto que en algunas ocasiones ha logrado funcionar. En cualquier caso, nos encontramos en un momento trascendente de la invasión rusa tras constatarse el fracaso de su planeamiento, de su ejecución y de las bajas propias recibidas. Además de provocar el efecto de unidad casi unánime en el seno de una organización como la OTAN que, según el presidente francés Macron, se encontraba en muerte cerebral hace pocos meses.
Sin embargo, una de las consecuencias geopolíticas y geoestratégicas que registra la situación es el deseo ferviente y apresurado de ingreso inmediato de dos países históricamente neutrales por diversas causas, como son Finlandia y Suecia. La reacción de Moscú ha sido la de amenazar a estos países y considerarlo como un acto hostil. En este punto se abre un debate estratégico sobre la conveniencia o no de mostrar la mayor firmeza frente a Putin. Sin duda, hay que considerar el punto de vista ruso, con una propaganda de sentirse agredidos que hace que el 80% de la población, según las encuestas, apoye la actuación de su ejército en Ucrania. Lo que puede ocurrir si optamos por el apaciguamiento para evitar una furia nuclear de Putin es que nos encontremos a merced de sus mayores ambiciones y delirios de grandeza. Por supuesto que hay que descartar con todos los recursos posibles la intención de usar armas nucleares. Recordemos que la disuasión en la Guerra Fría la impone la doctrina de la destrucción mutua asegurada. Ese riesgo puede que sea real, pero no puede impedir que nosotros defendamos nuestros principios y valores a toda costa. Libertad, respeto, diálogo, democracia, estado de Derecho, legalidad internacional, convivencia, etc... No podemos renunciar a nuestro sistema de sociedad civilizada, libre y democrática, aunque el coste sea muy alto. Estamos hablando de soberanía, no de zonas de influencia.
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