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Son las 8.30 horas del domingo día 22 de marzo, y como todos los días he cumplido con las diversas actividades matutinas: desayuno, elíptica, ducha y me siento frente al ordenador, sin una idea previa de lo que voy a escribir. Creo que ... es la primera vez que me ocurre esto, doy cuerda a mi fuente de pensamientos y como radar, conecta con algo insólito, el silencio absoluto. Ni los perros de la vecina, ni el sonido del ascensor, ni el ruido de coches o motos lejanos me llega. Solo la quietud, el reposo del ambiente, la tranquilidad, la paz, como un recogimiento general. Pienso en mi estado interior, en mis sentimientos, en mis emociones, y también observo que he asistido sin darme cuenta a una vital evolución. El enfado, la contrariedad, la irritación, el inconformismo, la protesta, incluso los conatos de cierta actitud agresiva observada estos pasados días, ha dado paso a una situación más conciliadora, más relajada, más serena y más esperanzada.
Ha quedado atrás el momento de la ira, de la furia, de la contrariedad por todo, del enfado permanente para dar paso a la aceptación de la realidad, que aunque no nos guste, aunque no nos sea satisfactoria, aunque esté teñida de situaciones desgraciadas, la impresión es que si seguimos por el camino ya definido, llegaremos a conseguir el objetivo final, que no es más que el de doblegar a un 'terrorista'.
Un 'terrorista' nacido en un poblado chino, fruto del paso de un virus, de un animal a un individuo, y que hambriento de células humanas y sin respetar fronteras ni culturas, ha ido superando pueblos y naciones, consiguiendo llevar la muerte hasta los últimos rincones del universo, castigando a todas las poblaciones, y de forma especial a los individuos mayores y a todos aquellos que sufran alguna grave enfermedad base, esencialmente respiratoria.
Los daños ocasionados son muy graves. No obstante, los que restan se desconocen, aunque se suponen que serán más graves, por lo menos a lo largo de tres o cuatro semanas. De tal forma que pasa de un individuo a varios, y de cada uno de éstos a otros varios, y así en progresión exponencial, por lo que el confinamiento, la reclusión, el quedarse en casa, el no tener contacto directo con nadie, el sacrificarse para no tocarse la cara, ojos, boca y nariz y lavarse las manos permanentemente es básico, es esencial, es riguroso, porque no solo evitamos así sufrir la enfermedad nosotros mismos, sino que evitamos contagiar a familiares, amigos y población en general.
La lógica es que haya portadores, personas enfermas que no tengan síntomas y que por lo tanto contagien a todos aquellos con los que se encuentren. Pero si el contagio es lento, si no se produce en grandes cantidades, evitando las aglomeraciones, primero disminuirán las muertes y, segundo, dispondremos de una buena atención hospitalaria, con camas libres, unidades de UCI y respiradores. Al final conseguiremos una terapia adecuada e incluso una vacuna. El tema fundamental por todo ello es ganar tiempo. Superada la fase de enfado, contrariedad y de frustración, llegamos a ésta de comprensión, aceptación, entendimiento y de respuesta útil y franca. No se pueden revertir los hechos, son los que son, incuestionables, contundentes y reales. Estamos en manos de especialistas técnicos en la materia, saben lo que hacen.
¿Se pudo empezar antes a tomar medidas? Cuestionable, dado que estas, las que fueran, también tienen sus repercusiones económicas, amén de que nadie estaba en condiciones de imaginar el camino tan peligroso y con tantas malignas consecuencias, por las que ha discurrido el proceso.
No son horas de emboscarse en discusiones, en criticar situaciones, en discutir hechos, en revisiones que no sirven más que para esterilizarnos dialécticamente. Es el momento, estando como estamos en manos de técnicos, que son los que saben, de seguir sus consejos e indicaciones, sean las que sean. Son y deben seguir siendo el único referente. Yo, quizás por esto, por esta forma de plantearme el tema dentro de la preocupación, además específica porque soy mayor, me siento más seguro, más tranquilo y más esperanzado. Lo único es que hace más de diez días que no doy un beso a mis nietos y nietas, ni a mis dos hijos, por el respeto a las normas dictadas al efecto por la autoridad sanitaria. Obviamente, como fácilmente se puede entender, nuestra comunicación es telefónica. Es lo que nos toca, es lo que debemos hacer todos, no hay alternativa, no existen atajos, este es el camino. Tenemos que pensar que todos somos parte de una misma cadena y si retiramos uno o más eslabones, esta cadena va a dejar de serlo para convertirse en un pequeño vector perdido e inservible, sin vida propia. Todos hemos de entender que somos eslabones, dejemos de pertenecer a la cadena de transmisión, distanciémonos de ella. Busquemos la salida, vivamos alejados aunque siempre unidos, formando el más hermoso e invencible frente al letal 'terrorista'.
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