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Dos hechos se fusionan con discutible candidez en el Estatuto de Autonomía para Cantabria. El preámbulo la describe como una «comunidad histórica perfectamente definida dentro de España»; pero el artículo 2.1 dice que se comprende «dentro de los límites administrativos de la anteriormente denominada ... Provincia de Santander». Es decir, lo «perfectamente definido» es en realidad el perímetro provincial. Si esto no se acepta, entonces o bien Cantabria no ha estado históricamente tan definida o bien, estándolo, no fue adecuadamente representada por la figura provincial. O Cantabria es la provincia o Cantabria es borrosa o hay una Cantabria irredenta ahí afuera. Examinemos, pues, el provincialismo.
La autonomía coincide geográficamente con la Provincia de Santander instituida en noviembre de 1833 por el decreto del andaluz ministro cristino-isabelino, otrora jerarca josefino y exiliado, Javier de Burgos, que estableció el mapa provincial actual. Santander era nominalmente una de las ocho divisiones de Castilla la Vieja y, respecto de dibujos anteriores, perdía en el sureste el Valle de Mena (para Burgos); en el sur siete pequeños pueblos (para Palencia); y en el oeste las Peñamelleras y Ribadedeva (para Oviedo).
Dicho decreto, publicado al inicio de una guerra civil sucesoria e ideológica, culmina un siglo de variopintos intentos montañeses y más constantes propósitos nacionales. Se puede acotar el periodo entre 1727 y 1833. En ese tiempo, agrupaciones parciales desde abajo, junteras y tradicionales, van siendo desbordadas por la racionalización centralista, primero ilustrada y luego liberal, que tomará como protagonista a Santander en el espacio del antiguo corregimiento o Bastón de Laredo.
La Cuatro Villas de la Costa (Castro-Urdiales, Laredo, Santander, San Vicente de la Barquera) quisieron formar en 1727, reinante Felipe V, un «cuerpo de provincia» para una «unión segura y perpetua, a imitación del Principado de Asturias y de otras Provincias del reino»; llegaron a redactar ordenanzas, pero el poder no aprobó la provincia. Lo que sí hizo fue apostar por Santander como puerto por el que exportar a Europa (y más tarde a América) las lanas y el trigo de Castilla. Aquí la hacienda real percibía mucho y en Bilbao, nada. Santander debió su impulso, pues, al paraíso fiscal vizcaíno, con sus aduanas reales demasiado interiores en Orduña y Valmaseda. Así nació el camino de Reinosa y luego vinieron silla episcopal, título de ciudad, consulado comercial separado de Burgos y, significativamente, desde 1799, una Provincia Marítima con crecientes competencias económicas. Provincia cuyo perfil era el del Bastón, es decir, la franja entre crestas y costas, pero ya con capitalidad en Santander.
El juntismo de hidalgos rurales de Asturias de Santillana trató de promover en 1778 desde Puente San Miguel la «provincia de Cantabria», a «imitación del Principado de Asturias y el Señorío de Vizcaya». El Consejo de Castilla la aprobó al año siguiente, pero no sus ordenanzas. Tuvo, pues, muy poca virtualidad, a pesar de que se adhirieron hacia final de siglo Santander (por breve tiempo), Torrelavega y las villas pasiegas. Resultó un intento anacrónico.
Es en la Guerra de Independencia cuando se pone en marcha el proceso de provincialización de España. Por un lado, los afrancesados que apoyan a los Bonaparte. El clérigo Llorente propone a Napoleón un mapa de 15 provincias civiles y eclesiásticas. Luego, Francisco Amorós elabora un plano de 38 departamentos, entre ellos el de Santander. A partir de él, José María de Lanz plantea en 1810 un mapa donde los departamentos reciben nombres de geografía física: en nuestro caso, Cabo Mayor. Mas el Consejo de Estado pensó que la combinación de departamento y geología sonaba demasiado francesa, y la cambió por prefecturas con el nombre de sus capitales. La Prefectura de Santander se dividió en subprefecturas (Santander, Laredo, Villarcayo).
Por otro lado, en la España resistente hallamos los trabajos liberales coronados en 1812 por la Constitución de Cádiz, que establece que en todo el territorio habrá provincias gobernadas por un Jefe Político y una Diputación Provincial. En 1813 el geógrafo Felipe Bauzá traza un mapa de 44 provincias, luego retocado por el diputado ultramarino Miguel Lastarría. Santander consta como provincia de segunda, de tres categorías. Pero con Fernando VII regresa en 1814 el absolutismo y se paraliza el diseño.
La Guerra de la Independencia resultó fundamental también dentro de Cantabria, con episodios como la 'Diputación de Provincia de Santander' que una mayoría de jurisdicciones intentó implantar en 1812, o la 'Junta General de las Montañas de Santander' convocada en 1814 por Antonio Flórez Estrada, jefe político subalterno del de Burgos. Órdagos infructuosos, expresaban deseos de unidad provincial liderada por Santander.
El Trienio Liberal (1820-1823) retoma la obra gaditana. Bauzá mismo, ayudado por el guipuzcoano José Agustín de Larramendi, elabora una división en 52 provincias homónimas de sus capitales (se rechazó 'Cantabria' para no abrir el melón historicista). Así la provincia constitucional santanderina nació en enero de 1822, absorbiendo en su periferia la merindad de Campoo, la vieja 'provincia' de Liébana, el extremo oriente asturiano y Mena. Pero ya existía, curiosamente, una Diputación Provincial, formada en junio de 1820 por los montañeses que habían acudido a Burgos para, en votación previa, designar representantes en Cortes. Aquella revolucionaria Diputación-sin-provincia tomó como referencia la Provincia Marítima.
El Trienio acaba abrupto en 1823 con la recaída de Fernando en el absolutismo. Las necesidades, sin embargo, mandan más que los reyes. En 1829 el ministro Calomarde consulta con audiencias y chancillerías una nueva división provincial, obra de Larramendi, que retoca la del Trienio. Santander se despistó y no respondió, lo que llevó a las pérdidas mencionadas. No obstante, el territorio aprobado finalmente en 1833 fue liberador: a partir de ahora la provincia, no Burgos, elegirá su representación en Cortes. Un juego político nuevo.
'Fuerzas provinciantes' fueron, pues: (1) la imitación de Asturias y Vizcaya; (2) el ascenso estratégico, por decisión central, de Santander frente a Bilbao y Burgos; (3) la aceleración de racionalización administrativa y cohesión sentimental en la Guerra de Independencia; y (4) el éxito del criterio liberal moderado, que fijó las provincias mezclando racionalidad y tradición. De aquí surgió el orgulloso provincialismo montañés, próxima reflexión.
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