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Recuerdo una entrevista de hace años en la que David Gistau entrevistaba a Francisco Umbral. Dos tipos singulares, cada uno en lo suyo; uno entrevistando y otro derritiéndose en esnobismo, ambos tomando un flan de merienda con una botella de Ballantine's en medio. «Es ... que en mi casa se atiende a las visitas, no como hacía Aleixandre, que ponía la botella de coñac y al minuto venía a retirarla su hermana solterona», decía 'tirando a dar' el escritor y columnista.
Tengo la entrevista grabada en mi memoria como tantas otras cosas especiales que vale la pena conservar en el libro de viajes de la lectura y de la vida, «a la que hay que defender como en un corner: ¡a codazos!», señalaba el propio Umbral en un simil futbolístico como aficionado que era. Y es que «fútbol es fútbol», como decía Boskov... y algo más, podemos añadir. Es un fenómeno social que, a pesar de los pesares, ha sabido ir adaptándose a los tiempos.
Yo creo que en nuestro país, además, no le hizo daño haber contado con dos personajes de estilo raquero para dirigirlo: uno en la Federación Española de Fútbol, el tal Luis Rubiales, y otro dirigiendo el Fútbol Profesional, Javier Tebas, ambos rozando siempre lo permisible.
Tanto roce, cercano lo legal de lo ilegal, ha hecho una defensa 'sui generis' del mundo del balompié en nuestro país que lo ha puesto a la altura de los Rumeniges y de los príncipes saudíes, que buenos son y que tanta falta hacía plantarles cara, incluso venciéndoles muchas veces en sus malas artes y sacudiéndoles otras en el terreno de juego. Están de los nervios.
Además, a la vez, el deporte rey ha ido adaptando sus normas: el VAR, las sustituciones, los descansos hídricos, las pistolitas blanqueadoras de las barreras, el tiempo de descuento y los penaltis discutibles de mano inocente. Había que evolucionar y lo hizo.
Aunque creemos que el mayor cambio vendrá de la mano de las mujeres que, como en tantas otras cosas, está demostrando en el césped, en los vestuarios, en los despachos y en las gradas, sobre todo en las gradas, que será un gran elemento dinamizador/conservador de los estadios. Y es que la mujer alcanza siempre, aunque tenga que ser con lucha, la igualdad y el respeto debidos sin necesidad de imposiciones y de leyes paritarias.
El fútbol se ha ido adaptando a la vez que feminizando con bigudíes y moñitos en las melenas de los jugadores y con llamativos colores en sus botas de trabajo, (amariconándose un poco para bien, que diría un amigo mío gay).
Pese a que los insultos al árbitro no pueden pasar de zascandil, bajo amenaza de denuncia y los puros se prohiben en los estadios, el balonpié, que ahora comienza su temporada, es siempre atractivo y los Mbappè, los Benzemá y los Lewandowski siguen siendo los reyes del mambo en ese río de dinero, de pasión y de posibilidades que significa el deporte rey en el corazón de la gente.
Un poco como contaba Buero Vallejo con cierta envidia sobre lo popular que era Umbral, lamentando con rintintin que la manifestación multitudinaria del 23 F parecía haberse convocado solamente para que el famoso autor firmase autógrafos.
Además, el balón rodando a puntapiés es poseedor de una atracción increíble: es capaz de provocar la abstracción de la mente de tal manera que en esas dos horas aproximadas de un partido todas nuestras ilusiones y nuestros mejores deseos están entregados a una camiseta, aquella que nuestro 'cuore' haya cuidadosamente elegido.
Si al final el resultado del partido es favorable a nuestros colores, pocas sensaciones tan placenteras podremos encontrar y a la vez pocos disgustos más lacerantes podremos padecer si hemos perdido el partido.
El poder de la masa y el grito desgarrado desde nuestras gargantas-fan o los que escuchemos alrededor, tienen un carácter purificador de tal magnitud que debería de incluirse como terapia obligatoria en la gente para exhalar todo el descontento-rabia que llevemos dentro y quedarnos sólo con lo bueno en el interior.
Pocas cosas existen más relajantes, aunque nos hayan hurtado el insulto al àrbitro, que formaba parte de nuestras peores costumbres y que Dios me perdone si digo que se echa un poco de menos. Además, ni sé lo que será de nuestra vida sin Casemiro.
Pero siempre nos quedará el Gobierno, para desfogarnos mientras legisla prohibiéndolo todo aunque resulte inconstitucional, sólo pensando en ponernos en la situación y la temperatura adecuadas a sus intereses o a su deseo de permanencia. Pero no atina, oye.
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