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Todos, sin excepción, sabemos que estamos frente a una pandemia, una infección provocada por un virus singular, que un animal ha trasmitido al individuo, y cuyas características son provocar graves cuadros clínicos, llegando incluso a causarle la muerte.
Se tardó tiempo en reconocer este suceso, ... porque no se esperaba, y en consecuencia se carecía de la respuesta adecuada, por lo que el tiempo nos fue enseñando a todos actitudes, comportamientos y herramientas de todo tipo para dar la respuesta más adecuada frente a su violencia y carácter invasivo.
Reconocida su forma de contagiar, lentamente fue naciendo un arsenal de artilugios que hicieran de parapeto entre su agresividad y el individuo, dando bandazos en estas respuestas, por la carencia de experiencia, a la vez que las autoridades difundían mensajes en algunos casos contradictorios o con un carácter de provisionalidad, cambiándoles incluso en horas.
Así fueron transcurriendo los primeros meses, hasta conseguir definir, no con mucha claridad, las normas más básicas para evitar el contagio, y las respuestas terapéuticas inespecíficas más eficaces, siendo este un camino realmente tortuoso, al no observarse una uniformidad en las diferentes autonomías, ni un consenso político al respecto. Parecía todo provisional y en consecuencia cambiante, perdiendo los ciudadanos en muchas ocasiones la fe en las normas proclamadas.
La verdad es que ha sido y sigue siendo un camino tortuoso, plagado de obstáculos, que ha dificultado y sigue dificultando, el buen hacer de los profesionales. La ausencia de una gestión responsable y única es notoria e indiscutible, llegando el desorden a ensombrecer la aplicación de las vacunas.
A esta situación de desconcierto, de falta de uniformidad, de aceptación de una actitud ordenada, común y fluida, se ha unido también la acción de la justicia, como órgano que vela por la libertad y la dignidad de las personas, valorando con criterios heterogéneos las diversas peticiones realizadas por las diferentes autonomías, cuyo objetivo exclusivo es el de poder controlar los contagios.
De acuerdo con la situación de las mismas, en cuanto a la incidencia se refiere, los expertos -virólogos, preventivistas, epidemiólogos, etcétera- cercanos a cada gobierno proponen una respuesta, aquella que entienden más eficaz, tanto para evitar la propagación del virus, como para su violencia contra el individuo, dándose el caso de que lo que aprueba un tribunal en una autonomía lo puede desaprobar otro tribunal en otra.
La situación no es baladí, porque está en juego, además de la salud y la vida de los ciudadanos, su bienestar económico y social, por lo que entiendo que ha de haber alguna solución que evite esta disarmonía, no fácil de entender y menos de compartir.
El principio se hace necesario, la búsqueda, entre todas las autoridades implicadas, del mejor método para combatir los efectos del virus sobre la ciudadanía, buscando aquella doctrina, o normas, que lo faciliten, protegiendo cualquier medida que evite el grave problema.
Se hace a la vez necesario, un consejo interterritorial cohesionado frente a un objetivo común, la lucha contra el virus, que con la orientación de los expertos de cada autonomía determinarán cada una o dos semanas, depende del momento, la mejor respuesta para cada autonomía, nombrando un solo portavoz al respecto con el propósito de evitar confusiones.
Cabe recordar que este problema nos afecta a todos y es por ello por lo que hay que buscar el beneficio del pueblo y no dejarse guiar por intereses bastardos. Sólo los miserables, los mediocres, los codiciosos y los egoístas lo pueden hacer. Las personas enferman, y muchas de ellas se han muerto o se están muriendo. Hay que poner todo nuestro entendimiento, inteligencia, esfuerzo y voluntad al servicio del bien de todos.
¿Cómo se estarán haciendo las cosas para que cualquier persona a la que se le pregunte no sepa las limitaciones de su autonomía, si es que las tiene? Nadie está satisfecho, nadie se siente seguro de nada, nadie sabe en qué dirección caminamos, y todo el pueblo, porque es inteligente, carga contra los políticos, y últimamente contra los jueces, porque esperaban que estos trajeran el orden, y con ello se marcara una estrategia. Pero la ausencia de acuerdo entre los diferentes juzgados ha supuesto una frustración general que resulta muy difícil de resolver.
Políticos de todo tipo y color, autonomías con diferentes espíritus, consejo interterritorial poliédrico, jueces de todas las tendencias: además de la muerte y la enfermedad y sus secuelas, nos jugamos nuestro bienestar y el futuro de una generación. El consenso, la colaboración, la cooperación ha de amputar un enfrentamiento que desespera.
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