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Con 300 personas abarrotando la sala, y otras 300 fuera sin poder entrar, Yolanda Díaz irrumpió en el Palacio de Exposiciones de Santander al ritmo del 'Girl on Fire' de Alicia Keys. «Ella vive en un mundo en llamas y lleno de catástrofes, pero sabe ... que puede volar lejos», dice la canción, intencionadamente escogida para evocar el exultante estado de ánimo de la vicepresidenta del Gobierno central, enfrascada en un viaje epopéyico por todo el país como redentora del 15M.
Porque eso es lo que desprende el espectáculo –proceso de escucha, lo llama ella– que la fundadora de Sumar trajo a Santander la semana pasada. «Un proyecto ético», lo llegó a denominar.
Nadie en su sano juicio no compraría el mensaje igualitario, ecologista y, en ocasiones, utópico que Yolanda repite de memoria. Es el mismo que llenó de ilusión las calles hace ocho años, cuando nos prometieron que la política cambiaría. Y ocho años de desilusiones después, es complicado no jugar a Sherlock Holmes buscando la trampa en el discurso de la vicepresidenta. Aunque sus acólitos, eso sí, la defienden a muerte. «Ha demostrado que ella sí cumple», dicen esgrimiendo la subida del salario mínimo como una prueba de vida.
Lo cierto es que Yolanda se ha convertido en una funambulista que tiene que hacer equilibrios entre los despachos y la calle. Desde un lado se le critica su tono condescendiente y su tibieza. Desde el otro sus espasmos antisistema poco realistas. Era la elegida para coser las heridas entre PSOE y Podemos, pero la ley del 'solo sí es sí' le ha dejado en una posición muy complicada. Hasta el punto de que ningún representante de Podemos acudió al acto de Santander, como sí lo hicieron de CC OO y de Izquierda Unida. Y ella tampoco mencionó a su partido ni al PSOE. Solo cargó una y otra vez contra Feijóo. Para alivio de Pablo Iglesias.
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