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Qué es lo grande; qué, lo pequeño. La confusión a la hora de determinar qué importa más, qué menos, es constante. Cuánto tiempo, cuántas décadas, pasamos entretenidos con cosas que nos parecen grandes en una etapa de nuestra existencia pero que luego, pasados los años, ... se revelan como pequeñas; mientras, acercándonos al final de nuestra vida o sintiendo próxima la muerte por una enfermedad inesperada, acabamos cayendo en la cuenta de que las cosas pequeñas, esas a las que apenas prestábamos atención, eran las verdaderamente grandes. En la filosofía oriental está extendida la imagen de un velo que separa la vida de nosotros. En ese velo proyectamos nuestro ego, nuestra vanidad, que acaba siendo un filtro que todo lo deforma. Y así, de nada nos enteramos, nada vemos, y acabamos confundiendo lo ya dicho: lo grande con lo pequeño, lo pequeño con lo grande. No conozco una sola persona que no caiga una vez y otra en esa trampa, hay que estar muy atento para que eso no suceda. La meditación es un camino que ayuda a retirar ese velo para tener, de cuando un cuando, una visión más nítida, menos contaminada. La mirada fenomenológica, de la filosofía occidental, ayuda también a ese camino hacia una contemplación libre de juicios, de prejuicios, de ideas propias, de ruido, de emociones. Se trata de observar al observador para, de esta manera, desactivarlo (desactivarnos) y asomarnos con más limpieza al mundo, a la existencia y a las cosas. Se trata de tener una mirada distante, extrañada, libre de significados muchas veces. Es una especie de alejamiento que ayuda a ver mejor. Al distanciarnos, paradójicamente, adivinamos dónde se encuentra la medula misma de las cosas, invisible casi siempre cuando andamos sumergidos en una vida cotidiana de urgencias y vanidades. En esa médula de la existencia descansa un amor no romántico. Es un amor sólido y pleno a la vida, a las personas, a la naturaleza y a las cosas. Es difícil identificar qué es lo grande; qué, lo pequeño. Pero conviene discernirlo a tiempo para que, cuando la muerte venga a por nosotros, no miremos hacia atrás y digamos: «Vaya cagada».
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