![La guerra en tu bolsillo](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202103/06/media/cortadas/62671089--1248x704.jpg)
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A comienzos de este año circuló en redes sociales el video de un 'animado baile robótico' en el que varios cíborgs de la compañía Boston Dynamics bailan al ritmo de un twist. El video me puso los pelos de punta pues esos androides, capaces de ... reproducir un baile humanoide, no se diseñan ni se fabrican para interpretar danzas. Su función original es otra: militar. La mayoría de las grandes innovaciones tecnológicas que han impulsado la evolución de la historia humana son producto de conflictos armados o enfrentamientos bélicos. La guerra agudiza el ingenio. De hecho, las dos guerras mundiales, con sus 80 millones de víctimas, han servido como inmensos catalizadores de avances técnicos en la física, la química, la medicina, el transporte o las telecomunicaciones. Aquellos progresos y sus perfeccionamientos nos acompañan y benefician hasta la fecha, pero su uso -original y primordial- era militar. El mundo está lleno de guerra, aunque la ignoremos o nos neguemos a verla. La esencia de ese aparato que portamos en nuestro bolsillo es bélica también.
Nuestro teléfono inteligente (ese inocente artilugio que nos conecta con el mundo, nos entretiene y nos sirve de herramienta esencial en nuestro trabajo) es un paradigma de tecnología militar. Su dispositivo GPS, que nos ubica cuando conducimos, fue inventado por las fuerzas aéreas americanas para orientar la navegación de sus misiles y para evitar que sus soldados se perdiesen en el campo de batalla. La cámara digital, con la que grabamos y apuntalamos nuestro álbum de recuerdos visuales, fue desarrollada por el Pentágono durante la Guerra Fría para que los satélites espía, que no podían enviar de vuelta a la Tierra los carretes fotográficos para su revelado, pudiesen enviar archivos digitales con las imágenes captadas del enemigo. El propio teléfono móvil fue una solución para que las tropas estadounidenses pudiesen mantenerse en contacto unas con otras en combate. Incluso la red de redes, internet, a la que el smartphone nos permite estar conectados permanentemente, fue creada para trasladar información clasificada sobre programas nucleares, de un departamento militar de los EE UU a otro, sin riesgo a ser interceptada por los espías. Por último, la piedra angular de todo teléfono inteligente -su microprocesador- fue creada para dirigir eficazmente los misiles balísticos americanos contra objetivos soviéticos.
Toda esa tecnología 'made in USA' fue desarrollada, originalmente, con fines bélicos, esto es: proteger vidas americanas (y de sus aliados) o destruir capacidades enemigas. Hoy en día esa tecnología ha evolucionado, se ha perfeccionado y está a disposición de muchos otros países que fabrican artefactos -tanto o más inteligentes- pero cuyos intereses no siempre están alineados a los de América. Las mayores partidas presupuestarias que dedican hoy en día las potencias mundiales a investigación e innovación tecnológica son empleadas por gente de guerra, científicos militares o investigadores que tienen a diario un conflicto bélico -sus dinámicas, sus fines y sus resultados- en mente. Cohabitamos con productos de guerra y nos creemos en control de nuestras vidas cuando, por ejemplo, tenemos un teléfono en nuestras manos, pero lo cierto es que esa aparente capacidad de decisión es puramente ilusoria. Como dice la experta en privacidad Marta Peirano, «vivimos en casas de cristal». Actuamos como si no nos vigilaran, pero somos perfectamente vulnerables a la manipulación de los datos que generamos a diario.
Nos guste o no, nuestra cotidianeidad está intrínsecamente conectada con la guerra, que es una realidad latente que logramos esquivar, pero no eliminar nunca del todo. Hoy las guerras ya no se ganan sólo con valor y número de efectivos; se ganan sobre todo con tecnología y esta es ofensiva, defensiva o inofensiva, en función de quien la maneje y los fines a los que sirva. Para EE UU el liderazgo tecnológico mundial es una cuestión de Estado de la que depende su seguridad, su prosperidad y su estilo de vida. Así, los máximos responsables de los gigantes tecnológicos americanos -Facebook, Google o Microsoft- han reconocido que el Pentágono tiene acceso a su mejor tecnología. China hace otro tanto de lo mismo. Por eso, ver a un androide bailar un twist me da pánico pues, aunque se han encontrado multitud de usos civiles para tecnologías originalmente militares -como la nuclear- la tecnología no es reversible: una vez inventada, no se puede desinventar. Aunque la nueva Administración estadounidense suavice y haga más predecible su estrategia diplomática, el presidente Biden -para quien el ascenso del gigante asiático sigue representando un serio desafío y al que acusa de prácticas abusivas- no va a dar tregua a la rivalidad tecnológica con China. Las mentes más brillantes de ambos bandos del Pacífico están librando una batalla de investigación al servicio de los intereses nacionales de sus estados. La guerra tecnológica no sólo no ha terminado, sino que apenas acaba de comenzar.
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