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Hay que volver a '1984' una y otra vez. La novela de Orwell, como Don Quijote y las tragedias de Shakespeare, ha cobrado más relevancia a medida que pasan los años. Ya me quedan pocas dudas de que se leerá como un clásico del siglo ... XX en siglos venideros, y se estudiará en las universidades como hoy se estudia la obra de Cervantes y del bardo inglés, junto a quienes me atrevo a situarlo. Orwell, que tantas cosas imaginó sobre el futuro que se nos viene encima, también imaginó la guerra como un 'reality show'. No es que la guerra hubiera dejado de ser una realidad real: las bombas eran reales, la destrucción era real, los muertos eran tan reales como ahora; pero la guerra real, salvo en momentos puntuales, había pasado a ser un trasfondo permanente sobre el cual se levantaba la pseudorealidad con la que realmente se gobiernan las vidas de los ciudadanos. En '1984' el mundo se presenta dividido en tres bloques: América, que se prolonga por el Atlántico hasta comprender el archipiélago británico y por el Pacífico hasta comprender el subcontinente australiano; Eurasia, que comprende el continente europeo más Rusia y Siberia: y el resto de Asia, donde se incluyen Asia central y el resto de Oceanía; África y Oriente Medio, parecen estar en una tierra de nadie que los tres bloques se disputan. Estos tres bloques están militarmente balanceados, de modo que ninguno puede imponerse a la alianza de los otros dos. Sus enfrentamientos bélicos se producen siempre en algún país fronterizo o en la citada tierra de nadie. Las alianzas tampoco son permanentes, sino que varían para hacer frente al tercero que haya pretendido imponerse.
Aunque la guerra está siempre presente el tema central de la novela es el 'reality show'. La narración de la pseudorealidad está localizada en Londres; pero se sugiere que mutatis mutandis la situación se reproduce en los otros dos bloques. Cada bloque tiene su enemigo interior, compuesto por los conspiradores contra el régimen; y el exterior, alternativamente, uno de los otros dos bloques. El propio bloque tiene manifiestos problemas de calidad de vida, de los que sistemáticamente se culpa a los enemigos; pero la característica que subyace a toda la sociedad es la absoluta falta de libertad –totalitarismo–, la regulación de toda actividad hasta en los aspectos más futiles y el control público y privado sin excepciones. Esto, sin embargo, pasa desapercibido a la inmensa mayoría de los súbditos pues sus mentes han sido reprogramadas para llamar negro a lo blanco y viceversa. Los tres eslóganes fundamentales del proceso de adoctrinamiento son: la guerra es la paz; la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza. A los cuales hay que añadir un cuarto, innombrable, la mentira es la verdad. La función del 'reality show' es orquestar, garantizar y actualizar dicha reprogramación día tras día.
En '1984' hay, por supuesto, un Gran Hermano que todo lo ve. Las mujeres más fanáticas del «partido único», están organizadas en una «liga juvenil antisexo». Hay una «policía del pensamiento». Hay un «enemigo del pueblo» líder de la Hermandad de conspiradores. En todas las viviendas, centros de trabajo, lugares de reunión y de ocio, hay instaladas telepantallas con cámara incorporada que emiten y transmiten imágenes y sonido al y desde el 'centro de información'. Pantallas operativas las 24 horas. En los centros de trabajo todos los empleados se reúnen diariamente frente a una gran pantalla para participar en «los diez minutos de odio». Se proyectan imágenes del «enemigo del pueblo» y de la vigente guerra, que provocan la ira de los convocados, mientras se animan y vigilan mutuamente. Indefectiblemente, la guerra contra los enemigos interiores y exteriores se está ganando; los argumentos de ambos son refutados, aplastados y ridiculizados mil veces al día en periódicos, libros y tribunas públicas. Eventualmente cantan una victoria, que dudará breves semanas antes de reanudar la guerra interminable.
Lo más terrorífico no es que la asistencia a las sesiones de odio sea obligatoria sino que, a los 30 segundos, un éxtasis de miedo y vergüenza, un deseo de matar y torturar, de aplastar rostros con un martillo, recorre el público como una corriente eléctrica, convirtiendo incluso a los más escépticos en locos vociferantes y gesticulantes. Una rabia que, sin embargo, puede aplicarse indistintamente a propios y extraños, desviando el odio en una u otra dirección; el caso es reemplazar por odio, cualquier otro sentimiento.
Las sesiones de odio terminan siempre de la misma manera. La imagen del líder supremo superpuesta a la de los enemigos. Un rostro rebosante de poder y de misteriosa confianza. La emisión se cierra gritando en coro los tres eslóganes de rigor. Más el implícito: la mentira es la verdad.
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