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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la 'Guía de lenguaje inclusivo' que publicó el otro día mi universidad. La 'Unidad de igualdad' ofrece en ella indicaciones prácticas a todos los universitarios, para «esquivar el lenguaje sexista a la par que respetar escrupulosamente ... la lengua castellana». Uno de los apartados más importantes en la búsqueda del lenguaje igualitario se titula 'Recursos para evitar el género masculino', toda una declaración de intenciones que indica de por sí por dónde van los tiros. En efecto, además de consabidos desdoblamientos como 'trabajadores y trabajadoras', te invitan a emplear términos colectivos, como alumnado por alumnos; fórmulas genéricas, como rectorado por rector; o perífrasis como la persona que ejerce el puesto de ordenanza por el ordenanza o como estar en posesión de la nacionalidad española en vez de ser español, etc.
No te imaginas lo variadas que son las piruetas lingüísticas que discurren los nuevos muñidores de la lengua o, perdón, personas que muñen la lengua; tampoco el cabreo que sentí cuando leí semejante sarta de despropósitos. Como que llevo más de 30 años estudiando y enseñando lingüística y tratando de hacer ver que el uso del lenguaje no se diseña en sillones con letras mayúsculas o minúsculas, ni mucho menos en escaños de parlamentos, sino que se sustenta en una estructura fraguada durante siglos y hasta milenios de tradición lingüística; una estructura que implica normas comunes a todos los hablantes y que no se pueden modificar porque lo digan cuatro iluminados. En concreto, simplificando mucho, enseño, al igual que tantos colegas, que el denostado masculino genérico, referido a seres animados, es 'per se' de lo más inclusivo, porque engloba al femenino, mientras que el femenino es exclusivo, porque descarta al masculino; y que, por eso, cuando en clase hablo a mis alumnos, también mis alumnas saben que me dirijo a ellas, mientras que cuando hablo a mis alumnas, todos saben que solo me refiero a ellas. Llamar sexismo a eso es absurdo; y tratar de esquivarlo una manipulación y un disparate que puede confundir al hablante incauto: cuando oímos a políticas y políticos varones hablar exclusivamente en femenino, uno no puede sino reírse ante ridículos tan memorables y alardes de tan patética ignorancia.
Para que no falte de nada y dé sensación de rigor, la guía incluye una bibliografía en la que comparecen otras guías semejantes y diversos estudios. En el colmo del desatino, se menciona un trabajo de Ignacio Bosque, catedrático de la Complutense y miembro de la Real Academia, titulado equívocamente 'Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer'. Uno esperaría encontrar ahí apoyatura para tanto dislate, pero no; lo que manifiesta Bosque es exactamente lo contrario: una completísima justificación del rechazo a lo que predican las guías. Y sí, es verdad que la UNESCO hace un llamamiento a evitar el lenguaje sexista, como recuerda la guía; y me sumo gustoso a él, pero no para tergiversar la lengua, sino para que no se pronuncien frases como esta, claramente machista, con que ejemplifica Bosque: «Los directivos acudirán a la cena con sus mujeres». Por cierto, lo que no tiene en cuenta la guía es el informe de la Real Academia de 2020, encargado por la exvicepresidenta Carmen Calvo, sobre el lenguaje inclusivo en nuestra Constitución. Lógico: en ese informe se desmonta, una vez más, todo el tinglado supuestamente sexista que denunciaba aquella.
Pero lo más indignante de todo es que por más que se pronuncien los especialistas, por más advertencias de la sinrazón a que todo ese lenguaje supuestamente inclusivo nos lleva, nadie hace caso a las autoridades en la materia. ¿Para qué están? De hecho, nuestra 'Unidad de igualdad' podría haber leído y aprendido del artículo de Bosque que ella misma cita o podría haber preguntado a investigadores de la propia universidad sobre la pertinencia lingüística de sus recomendaciones. Muy al contrario, han preferido aconsejar majaderías basadas en creencias de moda, sin contar con el criterio de quienes ofrecen certezas; quizá temieran perder su función de nuevos guardianes del lenguaje.
Sexismo, machismo, desigualdades, violencias de género o comportamientos reprobables contra el diferente están presentes en la sociedad y hay que luchar por erradicarlos. Y la lucha pasa por educar y fomentar los valores perseguidos. Pero no hay que errar el tiro: la estructura de la lengua no es el enemigo; decir todos y todas y otras boberías no esquiva el lenguaje sexista, no respeta el castellano y, encima, no arregla nada.
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