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Al acercarse la fecha del 40º aniversario de nuestra autonomía, conviene intensificar la reflexión retrospectiva. Cuarenta años es mucho en la vida de una persona, pero poco en la de un país. Cantabria estuvo incluida en Castilla durante mil años, por la buena ... razón de que una de las raíces castellanas fundamentales es cántabra (la otra es vasca). Frente a ese milenio que coincide con la formación y desarrollo de España, cuatro décadas de autonomía son apenas un suspiro, pero no sin efecto.
El presidente de nuestra comunidad declaró estos días que él está haciendo más por Castilla que el propio presidente castellano. Se refería a sus gestiones ante el Gobierno central para mejorar infraestructuras que, aun beneficiando a Cantabria, atraviesan el norte de la vecina región y favorecen también a provincias como Palencia o Burgos. Esta declaración, con cuarenta años ya de autogobierno, suscita una meditación mucho más honda que la apreciación de una mera finta dialéctica en el día a día de la política. Hay aquí tres aspectos que merecen un auténtico análisis: si hay desinterés de Castilla por Cantabria y cómo nos afecta; cuál ha sido nuestra trayectoria en este tiempo; y cuál podría ser una actitud sensata en el venidero.
En primer lugar, supongo bastante claro que si Castilla y León considerase a Cantabria no solo 'su' salida al mar, sino propiamente la 'Castilla marítima', habría mostrado un interés muchísimo mayor en todas las infraestructuras de la interfaz meseta-océano: la autovía A-67 no se hubiese hecho esperar tanto y la A-73 Aguilar-Burgos ya estaría concluida; el Puerto registraría un volumen de actividad bastante superior, sin que Bilbao y Gijón le hubiesen comido la tostada; se habría mejorado notablemente el ferrocarril para mercancías y, en viajeros, la alta velocidad estaría mucho más cerca de terminación que hoy, cuyo horizonte es de 2030 para una línea que ni siquiera será de capital a capital, uno de los pocos casos en toda la España peninsular. Seguimos en oscuridad total sobre cómo y cuándo será esto de un tráfico moderno de pasajeros y mercancías.
Nuestra autoexclusión del espacio castellano no ha roto, porque no podía, el tráfico de personas y bienes entre ambas regiones, pero lo ha desordenado. Mientras en los límites interautonómicos se alzan bosques de aerogeneradores castellanos que forman parte visual del paisaje cántabro, en Cantabria solo se instaló el parque de Soba y un molino experimental en Campoo. Otro caso son las dificultades para desarrollar el bitrasvase Ebro-Besaya, o la falta de conjunción para asegurar un mayor papel del Puerto santanderino, o más sinergias de instalaciones industriales. Otro más, las objeciones de Castilla y León a la autopista Reinosa-Miranda de Ebro, famosa Dos Mares que acabó entre Dos Tierras. Y otro muy significativo, que alguna vez he mencionado, es la falta de adecuada investigación y valorización del propio pasado de los cántabros en el territorio más importante de la antigua Cantabria, la zona de transición entre la cordillera y la meseta, con Amaya como referente. La Cantabria actual se remite a la antigua Cantabria, pero Amaya le importa poco porque está en un municipio de Burgos y eso es Castilla, ¡vade retro! En fin, incluso hemos querido a la vez salirnos de Castilla y ser un referente universal en la enseñanza de la lengua castellana. Mientras, Castilla y León encabeza el ranking de calidad educativa en España.
En segundo lugar, nuestra estrategia para compensar la salida de Castilla y no perder las provechosas relaciones que había con sus territorios ha sido nula. Una 'política para lo de Castilla' no ha existido jamás, salvo en momentos aislados en que se ven las orejas al lobo (literalmente). En particular, ha sido muy desorientador el coqueteo con el País Vasco para convertirnos en una 'península' vizcaína. Hemos estado clamando por un tren con Bilbao y, a la hora de la verdad, tenemos que ir a Bruselas en penitencia a ver si se incluye en la financiación de un eje transeuropeo nuestro tren... ¡con Palencia! Lo cierto es que Cantabria se ha convertido en jardín residencial y turístico de los vizcaínos, o directamente en su región-dormitorio y aun de botellón. Para ese destino histórico no necesitábamos un Estatuto. Por otro lado, la potencia económica y jurídica de Vizcaya con su régimen foral hace ilusoria cualquier esperanza de colaboración de igual a igual. El Puerto de Bilbao arrebata tráfico castellano al de Santander, y el territorio foral tiene sus propias ambiciones ferroviarias (legítimas), entre las cuales el convertirse en el verdadero Cantábrico-Mediterráneo con el eje Valencia-Bilbao, mientras que no conozco un solo cántabro que haya defendido un Valencia-Santander con un Ebro-Burgos-Aguilar simultáneamente autoviario y ferroviario. La región donde nace el Ebro como río ha renunciado a él como concepto. No por casualidad en estos cuarenta años hemos sido la segunda autonomía con peor evolución económica. No es tanto problema la autonomía, como el no saber qué hacer con ella: unas veces a setas y otras a rólex.
En tercer y último lugar, dado que rehacer el mapa autonómico no está en agenda salvo para confederar el País Vasco o Cataluña algún día (camino llevamos), ¿cómo podríamos mejorar la gestión de la interacción con la meseta? Eso merecería un 'libro blanco' de expertos. Desde luego, un mayor hábito de coordinación vendría bien. ¿Cuánto hace que no ha hablado nuestro consejero de Cultura con el castellano sobre Amaya? ¿Por qué en vez de criticar al presidente castellano no se concierta con él una estrategia para que se termine la A-73 (y la A-12 Burgos-Logroño) y se ejecute la alta velocidad a Reinosa? ¿Solo vamos a rememorar juntos gloriosos fracasos, como La Engaña en el nonato Santander-Mediterráneo, o la N-623 en una España vaciada? Si tenemos que hacer por Castilla más que los castellanos, será porque nos conviene. Pero esto, ¿no es ya el balance mismo de los cuarenta años? Quiero decir: todo lo importante aún sin hacer y trabajando por Castilla más que el propio castellano. Un planazo. El próximo día hablaremos de Madrid.
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