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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre lo curiosa que resulta a veces la historia de las cosas, cuando el paso del tiempo las tergiversa y las convierte en algo muy distinto y hasta incompatible con lo que eran en origen. Eso es ... lo que me parece que ha pasado con el llamado himno de Riego; porque seguro que a nuestro militar Rafael del Riego ni en sueños se le ocurrió imaginar que un día el himno que acompañaba a su columna pudiera convertirse, con su apellido y sin haber compuesto ni música ni letra, en símbolo posterior de la República, de su añoranza y anhelo, iendo como era él monárquico. Como que Riego se pronunció contra Fernando VII el 1 de enero de 1820, en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), no porque pretendiera remplazar monarquía por república, sino porque era un liberal que deseaba acabar con el absolutismo. Su pretensión era que el rey jurara la Constitución de 1812, la Pepa, que había derogado en 1814, y se sometiera de nuevo a ella, como finalmente hizo.
A los pesados que el día en que se conmemora la proclamación de la II República hacen sonar el himno de Riego en todo artilugio canoro que tengan a su alcance (despertador, timbre, microondas, plancha...) e inoculan tu teléfono con varias versiones de su melodía, como si quisieran instilarte su vacuna, para que te enteres de que odian la monarquía y de lo mal que viven bajo su democrático régimen, además de pedirles consideración, habría que recordarles quién fue Riego. Este militar y político se habría sentido feliz y orgulloso, si hubiera podido asomarse a la España actual, de ver en nuestra monarquía parlamentaria la perfección de la que él había deseado y por la que fue ignominiosamente ahorcado y, luego, decapitado.
Algo parecido pasa con el himno de la Universidad, aunque en un sentido diferente. Con él suelen terminar los actos académicos especiales en todas las universidades, al menos europeas. Pero sorprende que una letra que hunde los orígenes de sus tres estrofas nucleares en el siglo XIII, época de los famosos goliardos o 'clerici uagantes', haya llegado a convertirse, en su forma actual, en el himno más solemne de cuantos se interpretan en las ceremonias universitarias.
En efecto, en esas tres estrofas originales se representan sendos tópicos literarios insertos en la más pura tradición grecolatina que llega a nuestros días: el del paso del tiempo o 'tempus fugit'; el del 'ubi sunt' (dónde están) o búsqueda de los que nos precedieron; y el del 'carpe diem' o disfrute del tiempo, mientras se pueda. Este último aparece en la primera estrofa, que da nombre al poema y es la única que se interpreta: 'Alegrémonos, pues ('gaudeamus igitur'), mientras somos jóvenes; tras la divertida juventud, tras la molesta senectud, nos tendrá la tierra'.
Las otras seis (quizá siete) estrofas transmitidas parecen adiciones hechas con el tiempo por estudiantes y nada tienen que ver con el espíritu original. De ellas suele interpretarse a continuación, la cuarta, que es posterior y muy distinta en su talante: 'Vivan los profesores, viva la academia, viva cualquier miembro, vivan cualesquiera miembros, que siempre estén en flor'. En Salamanca aún se canta la séptima, también ajena al núcleo original: 'Viva también el Estado y quien lo rige; viva nuestra ciudadanía, la caridad de los mecenas que aquí nos protege'.
Siempre digo a mis alumnos que, al margen de la primera estrofa, las demás hay que interpretarlas en clave de mofa. 'Vivan cualesquiera miembros' ('vivant membra quaelibet') no se refiere a los académicos, sino a sus instrumentos sexuales, lo que explica el deseo de que 'siempre estén en flor' ('semper sint in flore'). Así tiene más sentido la estrofa siguiente: 'Vivan las doncellas, fáciles, hermosas; vivan las mujeres tiernas, amables, buenas, laboriosas'. Menos mal que la ignorancia del latín evita que los nuevos profetas de la 'corrección cívica' se hayan fijado en la letra.
Ahora te invito a ponerte en situación: imagínate en un acto universitario revestido solemnemente con tu negra toga, tu brillante muceta azul, roja, amarilla..., tu birrete, tus puñetas, tus guantes blancos y tu medalla dorada. Estás junto a otros tantos como tú, de pie, cantando el himno en una matizada mancha multicolor. Vamos, ponte grave y canta conmigo: 'Gaaaudeaaaamuuus iiiigituuuuur (...) vivant meeeeembraaa quaeliiibeeet, semper siiiiint in floooooreeeeeee'. ¿Te parece serio esto? Pues eso.
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