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Algunos pensamos que en el mundo se está produciendo un «cambio de paradigma». Este cambio viene inducido por lo que ocurre en la economía global, como no podía ser de otro modo en un mundo donde la economía ha determinado en última instancia todos los ... demás. Marx acertó con este diagnóstico. El síntoma más reciente sería una confusión generalizada, que llega a producir pánico en los peores momentos, causada por la pandemia, la guerra de Ucrania, el precio de la energía, el costo de las hipotecas, la espada de Damocles de la estanflación. O sea, el caos descontrolado.
Visto desde otro ángulo, se trata de los típicos síntomas de la transición del viejo modelo económico a otro nuevo cuyos perfiles son aún difusos.
Nuestro orden económico mundial se ha basado siempre en la llamada economía de mercado; pero este modelo sufrió un cambio muy significativo con la llegada del neoliberalismo, que dio al traste con los aranceles de los productos importados, las restricciones a la circulación de capitales entre países y los controles a la inmigración. El neoliberalismo, que había nacido como reacción al agresivo intervencionismo del Estado tras la Gran Depresión, como medio para salir de ella, hizo eclosión en la segunda mitad del siglo pasado con lo que vino a llamarse «la globalización».
Entre las consecuencias no previstas de esta globalización se encuentra una clara debilitación del estado-nación y de su corolario, el sistema democrático. En efecto, el nacionalismo y la miopía de los votantes suponían un serio obstáculo al expansionismo económico y fueron constreñidos mediante instituciones internacionales y sus legislaciones supranacionales: FMI, Banco Mundial y OMC. Estas constricciones fueron toleradas por el ciudadano de a pie mientras la globalización progresaba a toda máquina y los beneficios derivados de ella eran superiores a los perjuicios.
Pero la cosa empezó a torcerse a raíz de la crisis financiera -Gran Recesión- de 2008. La sensación de que la economía global se ha divorciado de los intereses nacionales no ha dejado de crecer entre los países más desarrollados que tanto se beneficiaron hasta entonces. Ello ha dado pie al imparable crecimiento del populismo y el nacionalismo, incluido el renacimiento del fascismo (Trump, Bolsonaro, Orban). La paradoja de que el neoliberalismo ha sido el que ha propiciado el extremismo político que pretendía erradicar está entre los más significativo daños colaterales.
Al barco de la filosofía neoliberal se le han abierto vías de agua que están hundiéndolo. Sin ir más lejos, la deslocalización de empresas a países en vías de desarrollo (China aún sigue definiendo como emergente su economía) se suponía que aumentaría la productividad de los procesos de manufactura y haría más eficientes a las empresas. Pero está eficiencia se estresó cuando la política de «cero inventarios», Justo-a-tiempo, reventó las costuras estructurales: congestión en los puertos; complejidad de las cadenas de suministro de materiales, que pararon las fábricas; dependencia de proveedores situados en países problemáticos.... El mercado libre, que se suponía iba a fortalecer las relaciones internacionales, dio lugar al resurgimiento del mercantilismo -libertad de exportación pero importaciones restringidas- particularmente en Estados autocráticos; lo cual resultó en divisiones políticas dentro y fuera de los países desarrollados.
No quiere decirse con esto que la globalización esté muriendo víctima de su propio éxito; más bien está mudando en función de las buenas y malas experiencias del pasado.
Tan cierto como que la historia no tiene marcha atrás es que van a aparecer nuevas oportunidades económicas que guiarán el dichoso barco a buen puerto, para reparar los desperfectos y volver a navegar viento en popa a toda vela. La filosofía neoliberal será reemplazada por otra que produzca una relación más equilibrada entre economía global y economía local. Por ejemplo, tomar en consideración los costos ocultos que, a más largo plazo, tiene la mano de obra barata: degradación del medio ambiente, manos infantiles... que aconsejan estándares más exigentes; o acortar las cadenas de suministro aunque aumenten los costos a corto plazo.
Esto en la economía; pero también se necesitan cambios geopolíticos. La insana dependencia energética de terceros países, la dependencia comercial de los países orientales y de China en particular, hacen aconsejable una sana diversificación de las fuentes de suministro. Aunque teniendo muy en cuenta que a partir de un determinado punto la diversificación puede llegar a resultar prohibitivamente cara.
El comercio internacional no debe limitarse a la propia región, no digamos ya la autarquía. Confiar en unos pocos suministradores locales o vecinos cercanos puede ser peligroso cuando se presenta una crisis. Por otra parte, aumentar los inventarios a un nivel que resulte imposible de sostener, para cubrir cualquier eventualidad imaginable, tampoco es una solución.
En resumen, al capitalismo, sí, le conviene una cura de reposo; pero un mercado internacional que sea libre sigue siendo la fuente de prosperidad más y mejor conocida.
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