Secciones
Servicios
Destacamos
En la primavera de 1937, tres estudiantes de la Universidad de Oxford realizaron una visita a Madrid. La capital de España estaba sitiada por las fuerzas del general Franco y el lema de la ciudad, 'No pasarán', se había convertido en una leyenda internacional. Ansiosos ... por saber más, los estudiantes conocieron a ciudadanos y soldados y cenaron hasta la madrugada con dirigentes del Gobierno republicano, hablando de lo que la guerra civil en España podía significar para el futuro de toda Europa. Uno de los integrantes del grupo era un joven 'tory' llamado Edward Heath, que más tarde llegaría a ser primer ministro conservador del Reino Unido. En su autobiografía, Heath recordaba que fue su visita a Madrid, y sus largas conversaciones con los líderes republicanos, lo que le dejó claro, «más que cualquier otra cosa, la terrible elección a la que se enfrentaba mi generación». Heath llegó entonces a la conclusión de que la única manera de detener la aparentemente inexorable marcha del fascismo sería tomar las armas y luchar. Y así fue.
Hoy también nos enfrentamos a una terrible elección. La invasión rusa de Ucrania es, según cualquier medida de comportamiento civilizado, por no hablar de los derechos internacionales, un ultraje. Y es una que todos vimos con señales claras. Después de subvertir la incipiente democracia dentro de Rusia, el presidente mafioso Vladímir Putin se embarcó en la erradicación de los opositores en el extranjero. Las fuerzas rusas han invadido a vecinos como Georgia y han sido cómplices de crímenes de guerra en Siria, incluido el uso de gas venenoso. Moscú ha enviado mercenarios a Libia, donde apoyan a los rebeldes en una guerra civil. Los asesinos viajaron a Londres, donde asesinaron al exagente del KGB Alexander Litvinenko e intentaron envenenar al general exiliado Serguéi Skripal y a su hija.
Los nuevos guerreros de internet del Kremlin han ayudado a subvertir las elecciones presidenciales en EE UU y a influir en referendos como el del 'brexit'. Los castigos por la agresión han sido ineficaces mientras que las recompensas por la corrupción del régimen de Putin han sido sustanciales. Desde unos fastuosos yates amarrados en Puerto Banús hasta casas y clubes de fútbol en Londres, los oligarcas del círculo de Putin recibieron luz verde para disfrutar de la vida y gastar sus riquezas. Cualquier duda sobre la providencia del dinero negro fue resuelta por unos cuantos abogados, contables y agentes de publicidad, todos ellos bien pagados.
En las últimas semanas muchos países, entre ellos España, han impuesto controles y sanciones estrictas para acabar con este flujo de corrupción. Pero puede ser demasiado poco y demasiado tarde. El aislamiento económico de Rusia no ha frenado las fuerzas armadas de Putin en Ucrania y la pregunta clave es: ¿qué más debemos hacer los países democráticos para detener esta guerra ilegal?
Algunas voces -tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha- sugieren que sería posible negociar la paz con Rusia. Sostienen que hay que tener en cuenta las sensibilidades históricas de Moscú y que una tregua podría ser posible a cambio de algunas promesas de que Ucrania nunca entrará en la Unión Europea ni en la OTAN. Pero este es un argumento que pertenece al siglo XIX, cuando las grandes potencias trazaban líneas en un mapa y decidían el destino de pueblos enteros. Un principio fundamental de la política moderna ha sido el derecho a la autodeterminación y no hay ninguna señal de que los ucranianos acepten ser, efectivamente, un Estado vasallo de Rusia. Y no hay ninguna garantía de que Putin no hará más demandas de otros países como los países bálticos o partes de Polonia en el futuro. Ya sabemos que al presidente ruso le gustaría revertir el colapso de la Unión Soviética porque se lo ha dicho él mismo.
La derrota de Ucrania sería una tragedia histórica y la creación de un Estado colchón poco más que una solución temporal. No hay opciones buenas ni para Ucrania ni para Europa, pero cualquier signo de debilidad ahora sería el peor resultado de todos. Por desgracia, a finales de los años 30 los líderes de las democracias occidentales se negaron a comprender lo que el joven Edward Heath vio. Siguieron una política de apaciguamiento que pretendía ceder a las exigencias de Hitler y de los demás dictadores en ascenso. El punto álgido de su enfoque fue la cumbre celebrada en Múnich en otoño de 1938. Reino Unido y Francia concedieron a Hitler los Sudetes, la zona de Checoslovaquia situada en la frontera con Alemania, sobre el razonamiento de que muchos habitantes de la región eran de habla alemana. Fue una traición vergonzosa y no sirvió para satisfacer a Hitler, que atacó Polonia exactamente un año después. Hoy, Múnich vuelve a ser testigo de las consecuencias de la guerra. Cada día llegan cientos de refugiados agotados a la estación de tren y lo peor es que, si no se para a Putin en Ucrania, el futuro podría ser aún más terrorífico.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.