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Con esa cercanía seductora que irradia Carmen Posadas a través de la dulzura de una voz que si fuera cantada sería mezzosoprano, ni tan aguda como la de una soprano ni tan baja como la de una contralto, en su justo equilibrio tipo Teresa Berganza, ... otra gran mujer que fue, ahora que lo femenino está encumbrado a pesar de los ataques intempestivos del feminismo excluyente que tanto daño hace.
La voz de Carmen se alimentó en Montevideo y Buenos Aires y se desarrolló más tarde con los krispis y la leche en polvo de las embajadas de media Europa en el otro lado del Atlántico: Moscú, Londres, Madrid... gracias al oficio de su padre diplomático. Desde una vida interesante a una escritora de éxito a través de sus premios, los libros infantiles, las columnas de El Semanal o sus libros como el que ahora nos presentó, 'Licencia para espiar', pleno de interés. Lo hizo hábilmente desde el estrado de nuestro querido Ateneo de Santander y de la mesa de La Tenida, con la pícara intención de vender mucho. Un «vengo a hablar de mi libro» pero sin exabruptos tipo Umbral, una delicia escucharla.
Pero queríamos hablar de Carmen Posadas, más que por su libro, por su anecdotario, siempre pleno de interés. Al fin y al cabo una novela siempre trata de explicar vida-vivida de su autor que busca siempre atraernos con sus mañas y, desde luego, cuanta más vida transitada se tenga más se obtendrá un mejor resultado.
Ella, en su intervención, deslizó una confesión personal entre líneas que pretendo compartir: «Soy de las que va a la pantalla del ordenador sin nada preconcebido y a través de una ideíta que me surge desarrollo una historia», dijo. La misma «ideíta» que ahora me asalta a mí para tratar de abordar otra de sus reflexiones más profundas: «Animo a la gente, ¡a toda!, a escribir», un consejo que suscribo.
Escribir hace exhalar desde dentro todo lo que uno guarda egoístamente y que puede hacerse público aunque sea para sí mismo. Aquel que escribe ejercita la mejor terapia y elimina a través de la grafía más toxinas que el running, el gimnasio, la cinta o incluso el diván del sicólogo como ella defendió.
Gran verdad y llamada a la lectura. El que escribe tiene que haber leído previamente y es una buena manera de engancharse a los libros, una de las cosas más placenteras del existir. Jamás escuché frase más hiriente y demoledora que la que los milicianos utilizaron para encausar en plena Guerra Civil a López-Picó, máximo representante del neocentisme catalán, después del registro de su casa: «Demasiados libros para un solo hombre», justificaron. Nada peor como expresión de lo «nada mejor», la bendición de la lectura.
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