Un año sin importancia
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Es en los cambios estructurales donde anidan las transformaciones históricas más profundasPara llegar al meollo, a la moraleja de la siguiente historia (que bien puede servirnos para explicar mucho de cuanto ha acontecido -y acontece- en China y en el mundo en los últimos cinco siglos), es preciso, antes, bosquejar un poco de contexto y suministrar ... algo de prólogo. Empecemos: corre el año 1587 d.C. y la dinastía Ming (que reina en China desde 200 años antes) se encuentra en un momento dulce. Los historiadores suelen calificarla como «una de las mejores eras de gobierno disciplinado y estabilidad social de la historia humana». Bajo su gobierno se acometieron faraónicos proyectos constructivos (el Gran Canal, la Gran Muralla o la Ciudad Prohibida), la demografía del país creció hasta alcanzar los 200 millones de personas y fue un período de enorme creatividad y florecimiento artístico; además, fueron los Ming quienes lanzaron expediciones transoceánicas pioneras en la Historia, promocionando el comercio global de materiales, plantas y animales con potencias de tres continentes. Sin embargo, sólo 150 años más tarde de aquellas gestas marinas, cuando el jesuita Matteo Ricci llegaba a China, allí apenas se recordaba ya su gigantesca armada. ¿Qué pudo suceder?
Es en los márgenes lentos, en ese recodo inadvertido del río, allí donde aparentemente no sucede nada, donde anidan los cambios históricos más profundos. No es completamente cierto que en el aquel año 1587 no sucediese 'nada' en China, pero el país no se enfrentaba a ninguna invasión ni padecía conflictos internos de relieve. Aparte de las sequías, inundaciones y terremotos (seculares en China), aquel año no se padecieron desastres de intensidad o frecuencia alarmantes. Sin embargo, un observador contemporáneo a los Ming, paciente y riguroso, hubiese podido detectar ya indicios de decadencia irreversible en un modelo obsoleto que, sin liderazgo fuerte ni gobernanza eficaz, dejaba a la sociedad indefensa ante los cambios que se avecinaban a la vuelta de la esquina. Con cuatro siglos de retraso, el académico Ray Huang escribió un libro titulado '1587, un año sin importancia: la dinastía Ming en declive'. A través del estudio de varios personajes arquetípicos -un oficial de alto rango, varios altos funcionarios imperiales o el propio emperador- el profesor Ray Huang dibuja una crónica del colapso de la última dinastía gobernada por la etnia han.
Y todo esto, ¿qué más da? ¿Importa hablar ahora de este rollo chinesco? Sí importa, pues la historia no se repite, pero rima. A través del prisma de la historia se puede iluminar el significado de mucho de cuanto acontece hoy en día (yo mismo he tardado cuatro décadas en comprender por qué importa hoy leer -y releer- El Quijote, a Unamuno o a Machado). Mucho de cuanto relata el libro de Huang es una radiografía de problemas estructurales metastatizados en todo el sistema de los Ming. La crónica, en fin, de una muerte anunciada. Y también una metáfora de porqué ahora, más que nunca, importa hablar de China y hablar de China hoy. Acompañadme un poco más, ya pronto llegamos.
Pese a los rituales milimétricamente tasados de aquella magnífica maquinaria de administración gubernamental que era el Imperio Ming, fuerzas subliminales (pero inexorables) empezaban a traer parálisis y colapso a un sistema apoltronado y aparentemente incapaz de reciclarse, evolucionar y adaptarse a los cambios que lideraba Occidente. Bajo una superficie armoniosa y casi en su momento de mayor apogeo, la falta de liderazgo, el dogmatismo ideológico, la ausencia de proyecto de Estado y visión a largo plazo, la corrupción política, la mediocridad y autocomplacencia de los gestores funcionariales, el absurdo bloqueo institucional, la endogamia sistémica, el filibusterismo político, la falta de mecanismos eficaces de rendición de cuentas y selección de gestores, la incapacidad para innovar o promocionar el talento... vaticinaban el galletazo inminente. Aquel magnífico artefacto que fue la dinastía Ming, un gigante de barro, amenazaba ruina. Sólo seis décadas después, en 1644, los manchús deponían al último emperador Ming. Sin embargo, ajenos al dominio naval occidental y a los nuevos planteamientos filosóficos europeos que alumbraron la Revolución Industrial, la institución imperial china ya estaba herida de muerte y arrastraba una inercia de fiasco. El resto es Historia.
En 1587 'no pasó nada' en China, pero 'estaban pasando muchas cosas' que, como si de semillas del anquilosamiento se tratara, germinaron al cabo de 300 años en un nuevo orden mundial. Termina García Márquez su obra maestra con estas líneas: «Antes de llegar al verso final (Aureliano Babilonio) ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto [...], porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra». Fin (y mariposas amarillas).
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