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La depresión es tan antigua como la humanidad, su presencia siempre estuvo entre nosotros, nos es familiar. Era la melancolía, una forma de ser del individuo, una forma de estar entre nosotros, un carácter, un comportamiento, mejor o peor admitido, pero nadie lo calificaba ... de enfermedad, en cuanto estado que provoca un grave malestar, que impide o limita al individuo, su estar en el mundo.
Esto que es histórico, que es de siempre, persiste en la actualidad, aunque se tenga acceso a sanitarios cualificados. Sustancialmente no ha cambiado su concepción, los patrones de comportamiento son muy similares, incluso en ocasiones han empeorado, pues no es fácil asistir a una trivialización de un proceso, por la vecina o amiga, que es ratificada por algún facultativo, sin darse cuenta por las prisas, o por la presión asistencial, que estamos frente a un cuadro patológico, que potencialmente puede ser tan grave, y que más de un 17% de episodios depresivos graves pueden terminar en suicidio.
Una persona normal, que incluso carece de antecedentes, por las circunstancias que fueran, sean o no conocidas, ve que su humor se hace más irascible, que su paciencia disminuye, que su sueño se altera, que su apetito se anarquiza, incluso que pierde peso, que ha perdido las ganas de salir, de hablar, de estar con los demás, que donde mejor está es sentado y en casa, o en la cama, que se puede sentir culpable por cualquier hecho desafortunado familiar, que llora, que está triste, que solo desea que la dejen en paz, tranquila -«no quiero saber nada, dejarme en paz»-, es una persona que sufre de un episodio depresivo, que puede ser leve, moderado o grave, dependiendo de la intensidad de los síntomas descritos, y de otros que pudiéramos señalar.
¿Qué hacer frente a esta situación, cómo hemos de responder, cuál ha de ser nuestra colaboración? Desde luego lo fundamental es entender que no está bien, y cuando esto ocurre se hace necesario asistir a una consulta con un profesional. Esto que parece tan fácil y sencillo, que todo el mundo lo sabe, generalmente no ocurre así, el patrón de comportamiento es otro.
Primero, el paciente no entiende su trastorno como enfermedad: no sangra, no se trata de algo orgánico, luego no debe de ser importante. «Tengo que poder con ello», y aguanta todo lo que puede. Los familiares y amigos observan la tristeza, y lo lógico es que pregunten: ¿Qué te pasa? Y ante la respuesta de «nada», proponen ir a la peluquería, salir, pasear, vacaciones, cambiar de actitud..., cuando se puede tratar de algo serio, es decir, la trivialización, restar importancia al hecho causal, minimizarle, es lo normal. Pero ocurre que el paciente no puede seguir sufriendo, faltándole las fuerzas, las ganas, el deseo de estar o ser con los otros, ha perdido el interés por todo, no quiere saber nada de nada y por eso se pregunta: ¿Cómo familiares, amigos, e incluso el médico me indican que siga trabajando, me entretenga, esté con los demás, salga de paseo, siga con mi vida cotidiana, cuando no puedo? ¿Seré normal? ¿Qué me pasa que nadie me entiende? ¿Qué me ocurre si al observar mi cuerpo no encuentro ninguna anomalía, y sin embargo, no tengo fuerzas para nada, nadie me entiende, además me dicen que salga y no puedo?, se pregunta el paciente. Yo sobro aquí, no puedo soportar esta vida, mi dolor es infinito y nadie lo valora, me tengo que ir para siempre, quiero dejar de sufrir, esta noche me tomo todas las pastillas o me tiro por el balcón, no puedo más, ni mis padres, ni mis hermanos, ni el médico me entienden, incluso lo ridiculizan, me voy.
El mensaje es que hay enfermedades emocionales, de cuya gravedad no se puede dudar, que hay que saber discernir del resto. La atención, para poderlo llevar a cabo, es el primer eslabón de la cadena terapéutica, y en ocasiones, aun existiendo una causa, esta se desconoce, por lo que nuestra atención ha de ser máxima, así como la de los sanitarios.
Una joven traga con mucha dificultad, y se siente muy triste, ha ido a doce otorrinos, sigue igual, acude obligada a un psiquiatra, tiene novio, vive con su madre y su abuela, que requiere de cuidados, que corren al cargo de la madre, pero cuando no puede los realiza la joven, teniendo, en ocasiones, graves dificultades para quedar bien con los tres -las visitas de su novio son imprevistas-, por lo que se atraganta y entristece.
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